
Jiří Trnka. Categoría: Película. |
Si Karel Zeman creó su obra maestra Una invención diabólica (1958) al adaptar la novela de Jules Verne Ante la bandera (1986), otro de los referentes de la escuela de animación checa, Jiří Trnka, entregó un año después la cumbre de su filmografía al adaptar El sueño de una noche de verano, la comedia de William Shakespeare. Tristemente, fue su último largometraje, y aunque no se trató de su despedida del cine pues en los 60 rodó varios cortos, como película final sí reúne buena parte de lo que le convierte en uno de los grandes de la animación.
Jordi Sánchez Navarro, en su libro La imaginación tangible (2020), describe a Trnka como “un artista total, heredero de la poética tradicional checa de los títeres y precursor de una renovación ética y estética basada en la idea de que el cine de animación es, ante todo, un producto artístico ejecutado por un poeta”. Es una lúcida presentación de tan singular cineasta.
Porque el de Jiří Trnka es un caso peculiar en la historia de la animación, puesto que justamente ese aspecto, el de la animación, es el que más frecuentemente delegaba en colaboradores afines. Solo figura como animador en los créditos de dos de sus cortometrajes, pero eso no le impedía imprimir su sello de autor en todos sus trabajos. Su personalidad la desarrollaba, sobre todo, en su faceta de director artístico -lo que incluía el diseño de los muñecos, del vestuario y de los decorados- y maestro de la puesta en escena.
Ambos aspectos brillan en El sueño de una noche de verano, su segunda incursión en una obra literaria tras Cisaruv slavík (1949), que adapta el cuento El ruiseñor, de Hans Christian Andersen. El director venía de encadenar tres films inspirados en temas checos, Bajaja (1950), Staré povesti ceské (1953) y Dobrý voják Svejk (1955), así que es comprensible que, en pleno régimen comunista, quisiera alejarse de esa vertiente folclórica que podía interpretarse en clave nacionalista. De hecho, primero quiso adaptar Don Quijote de la Mancha, pero el régimen no lo autorizó. ¡Qué pena!
Aquí su labor como director artístico destaca especialmente por su ambicioso uso de Eastmancolor, que presenta su creación en una gloriosa paleta de colores que aprovecha especialmente en las escenas de la naturaleza, habitadas por multitud de seres fantásticos. Los decorados son de nuevo asombrosos, más barrocos que de costumbre eso sí, y el diseño de los muñecos es más sofisticado que los de su debut, Špalíček (1947), aunque no pierden del todo la sencillez que caracteriza su filmografía.
También en El sueño de una noche de verano, la expresividad de esos personajes no proviene del rostro, que suele permanecer estático, sino del movimiento de sus cuerpos, apartado en el que logra un admirable realismo. En cualquier caso, el aspecto que convierte al film en una obra maestra y en esencial para un amante de la animación es su dominio de la narración audiovisual. Me refiero a su creativa puesta en escena, repleta de encuadres con multitud de personajes y de representaciones dentro de la representación -memorable obra teatral incluida-, al excelente uso de efectos especiales con la cámara para ilustrar a las criaturas fantásticas y al partido que le saca a otra excelente banda sonora de Václav Trojan.
Dato curioso: Jiří Trnka rodó la película con dos cámaras, una en formato 1,37:1 (el conocido como formato académico), otra en CinemaScope, para asegurarse así de que nunca sería proyectada con las bandas negras.