Tomohisa Taguchi. Categoría: Película. |
Comienzo por lo que más interesará a la mayoría de lectores de esta reseña: es una satisfactoria conclusión de la saga iniciada con la serie Digimon Adventure en 1999. Sus seguidores o quienes crecieron viendo esa primera serie cuando se emitió originalmente en televisión seguramente la disfruten. Es más, yo diría que más de uno acabará entre lágrimas debido a su emotivo y un tanto melancólico desenlace. Eso sí, supongo que serán de esas lágrimas que a uno le hacen salir del cine con una mueca sonriente. En fin, para los entusiastas del universo Digimon es una propuesta muy recomendable. Otra cosa es que, al ser una conclusión, quizá no sea la más indicada para neófitos en la materia: en ese caso, mejor acudir a Digimon: La película (2000) o a la mencionada serie.
Los incondicionales de la saga pueden ya dejar de leer, porque en adelante me voy a centrar en cuestiones exclusivamente artísticas.
En ese apartado, el estrictamente cinematográfico, Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna no es siempre igual de estimulante. Tiene, no obstante, numerosos aspectos positivos. Para empezar, algunos elementos de ciencia ficción de la trama son curiosos y la estética del mundo virtual que propone es convincente. Me dicen también quienes conocen muy bien la saga que los diseños de las evoluciones de los Digimon están muy conseguidos. En fin, la parte visual es uno de sus puntos fuertes.
Lo mejor, en cualquier caso, es la sensibilidad y madurez con la que trata la pérdida de la infancia, el paso de la niñez a la edad adulta, de modo que los Digimon serían una metáfora de la infancia. Es un tema que ha sido tratado en numerosas ocasiones en el ámbito de la animación, en Japón en varios films de Hayao Miyazaki, por ejemplo; en Occidente en producciones tan exitosas como la saga Toy Story o la saga Cómo entrenar a tu dragón. Aquí está abordado con interés y además parece muy apropiado: quienes comenzaron a ver la serie a finales de los 90, principios de la década siguiente, también habían tenido que despedirse de su infancia antes del estreno de esta película.
En cambio, el desarrollo de la trama es un pelín convencional, cae en algún que otro exceso melodramático -el desenlace ya es lo suficientemente emotivo- y, seguramente por cuestiones presupuestarias, hay pasajes con animación limitada. Claro que todo esto imagino que le preocupará poco a quien sea un seguidor de la saga y acuda al film para asistir a su conclusión y, de todos modos, es una buena octava entrega que ha sido acertadamente comparada a los trabajos de Mamoru Hosoda.