
Román Cura. Categoría: Película. |
El mediometraje, o corto largometraje, como lo define su autor, comienza con un texto en el que se nos informa que fue “dibujada con grafito y marcadores sobre papel, sin intervención digital”. También nos enteramos de que “la iluminación está dada por variadas bombillas desde diferentes sectores, con cartones recortados dibujando los espacios de sombra” y de que “la coloración se logró superponiendo papel celofán en el momento de la fotografía”. En definitiva, es una propuesta en los márgenes de la industria, atípica, enteramente artesanal, cosa que constituye buena parte de su inusual encanto.
Antes de entrar en materia, cuando solo hemos visto una breve escena que presenta su personal estética, El Filántropo nos introduce directamente en su naturaleza satírica al mostrarnos un segundo texto, firmado por un “criticón de arte” que afirma lo siguiente a propósito de la obra: “contiene agresiones de origen sexual, racial y clasista, mensajes subliminales, violencia explícita, incitación a la violencia, obsesinades (sic) y denota una total falta de respeto a las instituciones. Un desastre… Que a nadie se le ocurra llamar a esto una película”. Esa es, naturalmente, la primera toma de contacto con el peculiar humor de Román Cura, director, guionista y autor de los dibujos.
La cinta presenta a un empresario sin escrúpulos que propone una urbanización llamada Pozo Esperanza. Es, en efecto, un enorme agujero en el que las casas se agrupan en anillos cada vez más bajos a medida que se acercan al centro, como una suerte de versión urbanística de los círculos del infierno de Dante. Ante el despropósito que tal ocurrencia provoca, el empresario soborna a políticos, periodistas y miembros eclesiásticos para que le apoyen ante la descontenta opinión pública.
Como sátira de la sociedad contemporánea es interesante, pero creo que el gran reclamo de El Filántropo son sus artesanales estéticas y animación de corte autoral. Román Cura combina la animación con recortes y la pintura animada en una propuesta visual que gustará especialmente a los amantes de la vertiente más artística del medio. Por otra parte, al prescindir de diálogos -los personajes solo se expresan con ininteligibles sonidos guturales- y apoyar la narración en la estimable banda sonora de Sofía Esparza, en ocasiones uno tiene la impresión de estar ante una animación de la era de los pioneros.
Una estimulante rareza que debería tener un amplio recorrido en festivales.