FOSTER, LA CASA DE LOS AMIGOS IMAGINARIOS (FOSTER’S HOME FOR IMAGINARY FRIENDS).
9/10
Craig McCracken era ya un autor muy apreciado, gracias al enorme éxito de Las supernenas (1998), cuando creó esta segunda serie. Quizá no alcanzase la popularidad de su predecesora, pero es otra maravilla de la animación televisiva apta para todas las edades. De hecho, llegó en una edad de oro para Cartoon Network que, solo en los primeros años del siglo XXI, ya había estrenado propuestas esenciales como Samurai Jack (2001), Las macabras aventuras de Billy y Mandy (2001) o Star Wars: Las Guerras Clon (2003).
La premisa de Foster, la casa de los amigos imaginarios es tan ingeniosa como encantadora: cuando los niños crecen, sus padres los animan a desprenderse de sus amigos imaginarios, para los que se ha creado una casa de acogida. Allí, son adoptados por otros niños que quieren a su vez tener un amigo imaginario. Bloo es la imaginación del niño protagonista, Mac, y le dejan quedarse en la casa de acogida siempre que el segundo le visite todos los días a las 15:00. De lo contrario, será adoptado. El punto de partida es estupendo, el resto, hasta el último episodio de la temporada final, es siempre satisfactorio. Mención especial merece la galería de personajes centrales, unos amigos imaginarios entrañables y divertidos.
Como ocurre con los amigos, la materia prima para crear la serie fue la imaginación, cosa que, unida al ingenio y al humor, hacen de esta una propuesta atractiva para espectadores exigentes de todas las edades. El otro aspecto destacado de Foster, la casa de los amigos imaginarios es que fue la primera producción de Cartoon Network Studios animada, sobre todo, con Adobe Flash -labor que realizó Boulder Media-. Esa elección seguramente abarató costes, pero la estética, que es muy atractiva, no se resiente. Quizá invitó, eso sí, a desarrollar una propuesta visual sencilla, cuestión que forma parte de su encanto.