SAMURAI CHAMPLOO (SAMURAI CHANPURÛ).
9,5/10
Tras dirigir la obra maestra Cowboy Bebop (1998), Shin’ichirô Watanabe volvió a impresionar con su siguiente trabajo para televisión: quizá no alcance las mismas cotas artísticas, pero se quedó cerca. Samurai Champloo, primera serie del que por entonces era un estudio de reciente creación, Manglobe, es otra maravilla esencial del anime del siglo XXI, una de esas raras propuestas que aúnan interés creativo con el favor del público: de hecho, es una de las series japonesas más populares internacionalmente.
Watanabe convirtió de nuevo la mezcla de géneros y referencias es uno de los sellos de identidad de su obra. Si Cowboy Bebop es un western espacial con ciencia ficción a ritmo de jazz, la que nos ocupa -difícil de definir por ser aún más ecléctica- es una aventura histórica ambientada en el japón feudal en la que los samuráis luchan mientras suena hip hop. Género musical, por cierto, cuya presencia no se limita a la banda sonora: puntualmente hay montajes rápidos de planos sincronizados con scratches, los movimientos de algunas peleas recuerdan al breakdance y un capítulo está protagonizado por dos hermanos que se dedican a llenar la ciudad de proto graffitis. En general, los anacronismos con una constante y esa versión ficticia del periodo Edo es uno de los mayores alicientes de la serie.
De Samurai Champloo me parece un acierto la construcción de los personajes principales -dos hombres particularmente hábiles con la espalda obligados a entenderse-, la bella estética, la fabulosa animación y los generalmente creativos guiones de inspiración humanista. Sin embargo, el conjunto es irregular. Ese es el principal reproche que se le puede hacer y la razón por la que no la considere una segunda obra maestra. Aunque hay un arco durante los 26 episodios, la mayoría son autoconclusivos y más bien independientes, cosa que favorece la variedad tonal y genérica de la serie, pero también deriva en ciertos altibajos artísticos. Los mejores capítulos son brillantes, joyas del anime. Otros, a pesar de la loable ambición y de los riesgos que asume Watanabe, son menos convincentes.
Por otra parte, es una pena que no aproveche más el personaje protagonista femenino, Fuu, cuya participación en la trama, aun siendo clave al inicio, en demasiadas ocasiones es excesivamente pasiva, casi siempre como víctima de alguna fechoría. Hubiera estado bien un anacronismo más al presentarnos una heroína en el Japón del siglo XVI.