BREAKING BAD
10/10
Las series emblemáticas nos han acostumbrado a convivir con personajes que permanecen invariables. Toni Soprano fue igual de temible durante más de medio centenar de capítulos; Frasier y Seinfield se mantuvieron fieles a sí mismos año tras año; el carácter de House no mejoró mucho en ocho temporadas; y no nos hubiera gustado del todo que McNulty se volviese formalito.
Pero entonces irrumpe en el panorama televisivo Breaking Bad y asistimos a una de las más asombrosas transformaciones jamás vistas. Si no hubiéramos contemplado su metamorfosis capítulo a capítulo, nos hubiera costado creer que el apocado individuo del piloto es el despiadado criminal que despide la cuarta temporada. Una suerte de actualización narcótica del mito de Dr. Jekyll y Mr. Hide: aquí Walter White vs. Heisenberg.
Nació con un atrevido planteamiento: a un profesor de química en un instituto le diagnostican un cáncer terminal. Con la pretensión de asegurar el futuro económico de su familia, decide aprovechar sus conocimientos para sintetizar metanfetamina. Y sí, la cosa se va complicando, de modo que nuestro querido profesor cae en una espiral de depravación, crimen y dilemas éticos. Ante el atónito espectador se suceden escenas que, en ocasiones, superan en crudeza —pero también en inteligencia— al estándar de la televisión en abierto estadounidense.
Por esta fascinante y nunca previsible trama desfilan, además del inspiradísimo protagonista, una memorable galería de personajes. El compañero de aventuras Jesse Pinkman, contrapunto gamberro y juvenil; un abogado para el que ni la moral ni la ley suponen obstáculo alguno; un astuto cuñado policía; una inteligente mujer a la que de poco sirve ocultarle algo; un siniestro anciano que sólo se comunica con una campanita; y un capo del narcotráfico sin escrúpulos, tan elegante como escalofriante. No conseguirás quedarte con uno solo.