SAMURAI JACK.
10/10 – EL OLIMPO
Samurai Jack no es solo una de las mejores series de animación de la historia, es también de las más excepcionales. Por lo pronto, es de las pocas que fueron inicialmente concebidas para público infantil -temporadas una a cuatro- pero concluyeron como producción para adultos -la quinta y última-, de ahí que pasara de Cartoon Network a Adult Swim, el bloque especializado en animación para adultos de esta misma cadena. Esa es solo una de las atrevidas decisiones que tomó Genndy Tartakovsky, puesto que ese cambio de tono y de público apenas si ha ocurrido: existe el precedente de Ren y Stimpy, pero su versión para adultos cambió de título y suele considerarse una serie distinta. Es una pena que no proliferen más ese tipo de propuesta, puesto que no es descabellado que quienes viesen las cuatro primeras temporadas entre el 2001 y el 2003 siendo niños apreciasen luego la quinta en 2017 ya como adultos.
Lo más asombroso de la serie, y esto se nota desde el primer capítulo, es su inusual estética. Su creador menciona el cine de Akira Kurosawa, el manga de Kozure Ōkami y los cómics de Frank Miller, especialmente Rōnin, como influencias. A mí me llaman más la atención, no obstante, sus personajes de trazo invisible que parecen beber de United Productions of America. Eso, unido a la explosión de colores impresionistas, me ha recordado también a la obra maestra El hijo de la yegua blanca (1981), dirigida por Marcell Jankovics. Solo por la propuesta estética ya merece la pena ser vista atentamente.
Luego, Tartakovsky dijo haberse inspirado en la serie Kung Fu (1972) y en su pasión por los samuráis para la trama. Por supuesto que ambas cuestiones son clave, pero el resultado no se parece apenas ni al éxito televisivo de David Carradine ni a nada de lo que conozco con samuráis. De hecho, esta es una obra monumental en la que prácticamente cada cultura, mito o ficción jamás creada tiene un hueco en uno de los 62 episodios. Hay robots, piratas, arqueros, científicos, dioses, monstruos, perros parlanchines antropomórficos, un villano memorable… Además, junto a la habitual convivencia de drama, acción y comedia, hay incursiones en multitud de géneros, desde los viajes espaciales hasta el western. A eso se suman aciertos como la visita a un particular país de las maravillas -Jack cae por un agujero tras perseguir a un conejo blanco- o un homenaje a Hayao Miyazaki con un personaje de evidente parecido a Totoro.
Samurai Jack no es redonda, quizá haya diálogos un pelín obvios de tanto en tanto, pero eso no limita el poder de fascinación de una de las propuestas visuales y narrativas más ambiciosas y personales jamás emitidas en televisión. Es más, de no ser porque había obtenido ya un notable éxito con su primera serie, El laboratorio de Dexter (1996), Genndy Tartakovsky lo hubiera tenido bastante difícil para que dieran luz verde a un proyecto tan atípico y complejo.
La quinta temporada, la emitida en Adult Swim, fue una muy bienvenida continuación de la historia del samurai protagonista, solo que con un tono más sombrío y adulto. Aunque la serie no cambió tanto como se podría pensar por emitirse en un bloque de animación para adultos, da la sensación de que su autor pudo finalmente abordar pasajes aún más osados al saber que no habría niños frente a la pantalla. Es más, figura un episodio en el que Jack comparte brevemente aventuras con un lobo que puede ser visto como un anticipo de la siguiente creación de Tartakovsky, Primal (2020).