DEVILMAN CRYBABY.
9,5/10
Puede que Masaaki Yuasa sea especialmente apreciado por sus películas, pero una parte esencial de su trabajo son las series que regularmente dirige, en las que también plasma su personal estilo. Tras propuestas como Yojôhan shinwa taikei (2010) o Ping Pong the Animation (2014), y tras un productivo 2017 en el que estrenó las estupendas Night Is Short, Walk On Girl y Lu Over the Wall, con Devilman Crybaby alcanzó una de sus cumbres como director de series. El encargo le llegó de Aniplex, que preparaba una adaptación de Devilman, el popular manga de Go Nagai editado por primera vez en 1972.
Yuasa desarrolló la historia con un planteamiento muy atractivo: ¿cómo hubiera sido el manga si Nagai no hubiera tenido que limitarse a lo aceptable para una publicación Shōnen (destinada a jóvenes)? El cineasta japonés llevó la premisa del mundo habitado por demonios y por hombres-demonios al extremo al que cree que el mangaka hubiera llegado, así que incluye contenidos violentos y sexuales como rara vez se han visto en los anime para adultos. También trasladó la acción al Japón contemporáneo y el resultado es una serie deliciosamente excesiva, salvaje y visualmente irresistible que habla de demonios y otras criaturas fantásticas con una actualidad que asombra.
Yuasa despliega en Devilman Crybaby su desbordante imaginación visual y muestra hasta qué punto es un superdotado para contar historias con imágenes. Aquí está su peculiar y poco realista uso del color, las exageradas expresiones de los rostros, el sentido del humor que logra con su tratamiento del tiempo y el espacio… En general, disfrutamos con esa manera suya tan expresiva y creativa de emplear la animación, de modo que los episodios son una sucesión de imágenes de enorme fuerza.
También es interesante que convierta el concepto de los demonios con apariencia humana en una evidente metáfora de la sociedad contemporánea, que ve al otro, al diferente, como una amenaza que debe ser erradicada. Los demonios son los inmigrantes, o los miembros del colectivo LGTBI, o simplemente los que se muestran críticos con la sociedad, como claramente dice uno de los personajes.
Por otra parte, varios de los poseídos por un demonio son adolescentes que, de pronto, ven cómo su cuerpo se desarrolla, adquieren mayor fuerza física y aumenta su deseo sexual. ¿Te suena? Normal, se llama pubertad. Otra más que probable metáfora. Ese es otro acierto de la serie, que aborde con valentía cuestiones poco representadas en las series de animación, como la homosexualidad y, de manera más amplia, la sexualidad de quienes están descubriéndola.
El sorprendente desenlace de la serie ha sido considerado por numerosos críticos como nihilista, pero esa es solo una forma de verlo y ni siquiera creo que sea la más acertada. Cierto que a medida que avanzan los capítulos la sociedad que retrata es cada vez más violenta y los acontecimientos son descorazonadores, pero hay un resquicio para la esperanza y su plano final puede también interpretarse como un descubrimiento del amor. Tardío y en circunstancias excepcionales, pero es amor revelándose con toda su intensidad.
Finalmente, la banda sonora es muy estimulante. Casi tanto como las imágenes. Otra de las cosas que hizo bien Masaaki Yuasa fue acompañar las más trepidantes escenas con una selección de house, techno y demás electrónica de club que funciona particularmente bien. A eso se suman los muy bien interpretados raps, que además el cineasta integra como música diegética al mostrar en pantalla a un grupo de raperos que hace las veces de narrador: una versión moderna y hiphopera de los coros en el teatro griego.