1987: El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin)

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El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin)amazonfilmin

Wim Wenders.
EL CIELO SOBRE BERLÍN (DER HIMMEL ÜBER BERLIN).
10/10

Categoría: Película.
Guion: Wim Wenders y Peter Handke
Año: 1987.
País: República Federal de Alemania, Francia.
Género: Drama, Fantasía.
Técnica: No Animada.
Idioma: Alemán.
Característica: Intimista, Delicado, Aventurado.
Duración: 2h 8min.
Clasificación por edades: NR-12.
Streaming: Filmin, Amazon Prime Video.

Tras dos films financiados por productoras estadounidenses, Hammett (1980) y la magnífica Paris, Texas (1983), una de sus mejores road movies, género por el que siente una especial querencia, Wim Wenders volvió a su país natal, Alemania, precisamente para narrar una historia sobre la República Federal Alemana durante los 80, una historia en la que un Berlín todavía dividido por el muro es uno de los protagonistas.

El director, con la ayuda del excelente guionista Peter Handke, presenta una ciudad poblada de ángeles -que sólo pueden ser vistos por otros ángeles y por los niños- que se dedican a contemplar, a veces desde las alturas, otras a pie de calle, las vidas de los que la habitan. No se detienen en los actos, sino que tratan de observar sus pensamientos, captar su espíritu, su espiritualidad. Son ángeles inmortales y omniscientes, que existen desde antes del nacimiento de la vida en el planeta tierra, que esperaron pacientemente la aparición del primer ser vivo semejante, un bípedo, y que desde entonces acompañan su devenir.

Son ángeles con un margen de maniobra muy limitado, que no pueden incidir directamente sobre el comportamiento de los humanos y que, por tanto, no pueden cambiar el giro de los acontecimientos. Únicamente pueden mostrar compasión y comprensión. Son ángeles que no parecen sentir dolor ni alegría, pero a los que el sufrimiento humano no les es ajeno, que sí experimentan un cierto sentimiento de piedad.

El espectador tiene la sensación de que el permanente contacto con los humanos les humaniza progresivamente, que se van impregnando de humanidad hasta ser capaces de reproducir los mismos sentimientos y, como veremos más adelante, reproducir sus acciones y, en el gesto último de acercamiento, convertirse en mortales, en uno de ellos. En este sentido, dos son las escenas clave del film: el ángel Damiel consuela a un moribundo que acaba de sufrir un accidente recordándole los versos de un poema; el ángel Cassiel grita de dolor “nein” (no) al no poder impedir que un joven se suicide. En algunos casos la acción de los ángeles, que únicamente pueden posar su mano sobre el hombro de una persona, sí surte efecto: consiguen que alguien desesperado, abatido, recupere el ánimo.

Los ángeles que comparten protagonismo con Berlín, Damiel y Cassiel, tras relatarse algunas de sus anotaciones sobre los hechos y comportamientos más notorios que han observado, enumeran algunas de las razones por las que envidian a los humanos, aquellos pequeños detalles que les gustaría poder experimentar, algunos de ellos aparentemente insignificantes, pero cruciales desde el punto de vista de alguien inmortal para el que el paso del tiempo no tiene sentido.

Estos aspectos que echan de menos no siempre son positivos, de hecho, algunos no nos resultan muy atractivos para los que sí los conocemos (como la fiebre, por ejemplo), pero justamente en esa idea radica la tesis del film. Wenders retrata una ciudad en la que las huellas del dolor, de la violencia, de la guerra o del nazismo, siguen presentes. Incluso recupera imágenes de archivo para ilustrar los recuerdos de un anciano que, precisamente, se presenta como el portador de la memoria del pueblo, como su portavoz, su cronista.

Asistimos a escenas poco esperanzadoras, que retratan el sufrimiento de los habitantes de Berlín, y conocemos, gracias a la omnisciencia de los ángeles, sus miedos, sus dudas, su desorientación y, en última instancia, sus miserias morales. Siguiendo en esta misma línea, Wenders y Handke sitúan parte de la trama en el rodaje de un film que recrea el nacismo y que transcurre en un edificio derruido en el que las huellas de la guerra siguen presentes. Además, la puesta en escena no evita las imágenes de las ruinas y en numerosas escenas el muro aparece como telón de fondo. Sin embargo, incluso frente a ese desalentador panorama, los mismísimos ángeles sienten tal envidia de la condición humana que están dispuestos a renunciar a su inmortalidad por experimentarla.

Esta historia, al transcurrir en el Berlín pre-caída del muro (cosa que ocurriría dos años después del rodaje), adquiere una interesante dimensión histórica, pues se podría extraer la siguiente lectura: aquella alemana dividida, aquella lucha entre comunismo y capitalismo, era también una Alemania con un innegable bienestar, en la que se vivía bien, de la que se puede sentir una comprensible nostalgia. Por supuesto, la República Federal Alemana estaba dirigida por un sistema capitalista, pero en un momento en el que convenía que los habitantes del Oeste tuvieran un modo de vida más acomodado que los del Este (única manera de no sentir deseo de vivir en un régimen comunista), este capitalismo era especialmente cuidadoso, distaba mucho de ser el feroz capitalismo que se instaló en la Alemania unificada y, también, en la mayor parte de Europa.

El cineasta estadounidense no lleva su discurso a esos términos, pues mostrar el modo de vida de la Alemania del Oeste no parece ser una de sus prioridades, pero la recurrente aparición de una amplia biblioteca (el saber, la cultura), los conciertos de Nick Cave & The Bad Seeds, el rodaje, el circo… (el ocio, el divertimento) y las vistas aéreas en las que vemos la inmensidad de la ciudad (la prosperidad económica) sí apuntan en esa dirección.

Curiosamente, cuando Peter Falk, el actor que hace de sí mismo, le habla a Damiel de los placeres de ser humano, no enumera ninguno de los que nuestra sociedad considera placeres, y cuando el ángel se ha convertido en humano, lo primero que siente es el dolor de su herida, el frío, el hambre, la ausencia del ser querido, pero son esos sentimientos los que esperaba sentir y los que le reconfortan. Damiel quiere ser humano para vivir el amor con la mujer de la que se ha enamorado (una trapecista cuya misión es simular que vuela como un ángel), pero también para compartir sus penas, para sentir el peso del tiempo. Quizá baste recodar una de sus réplicas al inicio del film, cuando asegura que quisiera “no exaltarse más por el espíritu sino por una comida”.

No obstante, esta visión positiva, nostálgica, de la realidad alemana de los 80 y, en general, de la condición humana (lo suficientemente excitante como para que un ángel la envidie), requiere de una infantilización, de la inocencia de una mirada infantil. Pero no una regresión a la infancia, no visto de manera peyorativa, sino en el sentido de la pureza propia de los niños, del corazón puro, desprovisto de escepticismo, maldad, miedo… Los niños son los únicos capaces de ver a los ángeles, los únicos sensibles a su esperanzadora presencia, los únicos que, por tanto, conservan la ilusión.

Cuando Damiel se convierte en humano, el suyo es, forzosamente, el mismo aprendizaje que el de un niño, ve el mundo con los ojos bien abiertos de un niño. Cuando para a un transeúnte y le pide que le enumere los colores que ve en una pared, se trata de un atrevimiento que tiene mucho que ver con la ausencia de vergüenza de un niño, de alguien que todavía no ha aprendido totalmente los protocolos de comportamiento que se espera de un adulto. Observamos a un Damiel que no conoce el valor de los objetos materiales (se deja engañar por el propietario de la tienda de antigüedades), contento con su caramelo/ café, que prueba el sabor de su sangre o que arrastra el pie en la arena para experimentar esa sensación. Uno de los posibles mensajes del film podría ser que, si uno no pierde por completo la ilusionada mirada de un niño, si contempla la vida como una aventura que reserva constantes sorpresas, en la que el dolor es una de sus más intensas experiencias, entonces, y sólo entonces, estará ante una vida que incluso los ángeles envidian.

Finalmente, es interesante que el lugar en el que más ángeles veamos sea la biblioteca, especialmente de noche, cuando ellos son los únicos que la pueblan. La biblioteca es la casa de los ángeles, el lugar al que acuden para dormir. Nada extraño, al fin y al cabo, pues es el lugar de la mente, de la sabiduría, el lugar en el que se almacena el saber, la historia, la memoria.

El film está dedicado “a todos los antiguos ángeles, pero sobre todo a Yasujiro, François y Andrej”. Estos tres antiguos ángeles sólo puede ser tres cineastas muy queridos por Wim Wenders: Yasujiro Ozu, François Truffaut y Andrej Tarkovski.

Reseña Panorama
Puntuación
10
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