Giuseppe Tornatore. Categoría: Película. |
Uno de los más bellos cantos de amor al cine, Cinema paradiso es el film por el que será recordado Giuseppe Tornatore. Retrata una época en la que el cine, especialmente en las pequeñas poblaciones, era a la vez la principal forma de ocio y uno de los mayores eventos sociales. Una época en la que el cine poseía una cualidad perdida en parte: la de servir como evasión pero también como puerta de entrada a otros mundos que, de otra manera, la mayoría de los espectadores nunca habría presenciado. Entrar en una sala oscura significaba dejar momentáneamente de lado las miserias de la Italia de la posguerra para, con suerte, ver a Fred Astaire y Ginger Rogers bailando, acercarse a la alta sociedad estadounidense o asistir a los cimientos de ese mismo país en una del Oeste. Era la era dorada de Hollywood, entonces sí una fábrica de sueños. En el film es un pueblo de Sicilia, pero lo mismo ocurría en otros muchos lugares del mundo. Salas atestadas, público ruidoso, sesiones dobles, meriendas en las butacas… Entrar al Cinema Paradiso del film era exactamente eso, acceder al paraíso.
Tornatore, que basó el excepcional guion de la película en sus propias vivencias, relata una triple historia de amor. La del joven Salvatore por el cine; la de este precoz niño, y luego adolescente, por su mentor, el viejo proyeccionista del pueblo; y, finalmente, la de nuestro protagonista por una bella joven que pasa los veranos allí. De las tres, posiblemente esta última sea la menos intensa, o al menos no puede compararse con la relación mentor-aprendiz. Primero serán sólo lecciones de cine, de proyeccionista, pronto serán determinantes lecciones de vida. Claro que también en esa época cine y aprendizaje vital estaban íntimamente ligados.
La mirada de Tornatore es comprensiblemente nostálgica, aquella que otorga el recuerdo de una época dura, de miseria, pero con aspectos ciertamente hermosos. Y es también un film que deja para la posteridad dos escenas particularmente memorables. Una es la proyección de una película en la pared de la plaza del pueblo, cosa que crea un notable contraste entre aquello que se proyecta y el entorno en el que se proyecta. La segunda, de la que no voy a desvelar nada, la disfrutamos cuando Salvatore descubre el regalo que le ha dejado su recién fallecido mentor.