Sorprendente y muy original ópera prima de Laura Mañá. Una personalísima obra que, sin embargo, no esconde la influencia del realismo mágico tomado de la literatura hispanoamericana. Muchas de sus situaciones y personajes –especialmente esa anciana paralítica empeñada en inmortalizar su vida tomándose una foto diaria– parecen surgidas de una obra de Gabriel García Márquez. En el plano estrictamente fílmico, Luis Buñuel y Arturo Ripstein son referentes más que probables.
La mayor parte de hallazgos provienen del ingenioso y humorístico guión, también firmado por Laura Mañá. La trama es una espléndida ocurrencia. Una santa mujer, ferviente católica, es abandonada por su marido por ser demasiado buena. Se propone pecar para recuperarlo. El adulterio es uno de los mayores que puede cometer a la luz de su religión, sólo que ese peculiar intento de conquistar de nuevo el amor de su marido acaba por ser una bendición para los hombres y mujeres del pueblo que habita. Con esta premisa como punto de partida, se suceden las situaciones y diálogos entre surrealistas, disparatados e hilarantes.
No obstante, no todos los aciertos derivan de su trabajo de escritura, pues su puesta en escena -admirablemente solvente tratándose de un primer trabajo- contiene también numerosos atractivos, como el empleo del color y el tratamiento del pueblo como si de un personaje más se tratase. Lástima que el heterogéneo reparto en ocasiones no funcione tan bien como sería deseable, pero este y otros pequeños detalles no empañan una obra singular que gustará a los amantes de las películas que nos sumergen en universos propios. Una digna compañera de El viento se llevó lo que o Amanece que no es poco.