Fernando Trueba. Categoría: Película. |
Durante la primera década del siglo XXI, Fernando Trueba convenció más con películas documentales (Calle 54, El Milagro de Candeal) que con ficciones (El embrujo de Shanghai, El baile de la victoria). El artista y la modelo es la obra con la que recuperamos a un gran narrador. El guión lo firma junto a Jean-Claude Carrière, y ese es siempre un buen punto de partida: el guionista francés ha contado historias junto a Buñuel o Berlanga, entre otros ilustres del cine.
El film es una reflexión sobre el arte planteada por dos artistas, esto es, por dos personas que han dedicado su vida al arte y conocen bien en qué consiste un proceso creativo. Los autores son creadores que han elegido el cine como principal medio de expresión. El personaje protagonista, encarnado brillantemente por Jean Rochefort, es un escultor. Pero poco importa cuál sea el medio a través del cual se manifiesta ese arte. Cambia la técnica, sí, pero no lo esencial: el proceso a través del cual una idea da como resultado una obra de arte.
Trueba debe conocer bien el oficio de escultor, dado que ese era, junto al de docente, el de su hermano Máximo, fallecido a los 42 años en un accidente de tráfico. A él le dedica El artista y la modelo. Una profesión u otra no cambia gran cosa, seguramente la eligió por cercanía pero hubiera servido cualquier otra. Sin embargo, que se trate de un escultor resulta muy interesante. Como un director de cine, el escultor que protagoniza el film trabaja durante un largo periodo de tiempo, planteando esbozos (guion), realizando pruebas escultóricas (rodaje) y, finalmente, dando con la pieza definitiva (film concluido tras el montaje y la edición).
Trueba nos regala un privilegio que sólo unas pocas personas disfrutan: asistir a un proceso creativo completo, desde la idea inicial hasta la obra culminada. Observamos que se trata de un fenómeno predominantemente contemplativo, vemos cómo es la mirada de un artista, una mirada entrenada, acostumbrada a encontrar belleza donde otros no la ven (en un árbol que crece en medio de una roca, en una ciudad destruida por la guerra). Es también un proceso lento, que requiere paciencia, que exige mucho trabajo, muchos ensayos, muchas esculturas desechadas, hasta dar con el resultado deseado. “Sólo el resultado importa”, dice el personaje de Rochefort a uno de sus estudiosos al verle demasiado interesado por sus esbozos. Finalmente, comprobamos que el arte no se logra tanto con golpes de genio como con muchas horas de dedicación. Nada que sorprenda a quien esté familiarizado con los procesos creativos (lo mismo da que sea un músico o un investigador de un laboratorio de biología): el talento no es otra cosa que la facilidad que uno adquiere tras dedicarle mucho esfuerzo y tiempo a una misma disciplina.
Pero la grandeza del film no sólo reside en esa clase magistral sobre arte. Trueba, con la complicidad de Carrière, trasciende ese proceso creativo concreto para hablarnos de la vida, de una forma fascinante de afrontar la vida. Es también la historia de la intensa relación que se establece entre la modelo (una espléndida Aida Folch) y el artista, y del arte como poderosa arma conciliadora en tiempos de guerra. Un film hermoso, una delicia para los sentidos y una invitación a reflexionar sobre cómo el arte es tan necesario para la humanidad. En tiempos de sistemáticos recortes del presupuesto destinado a la cultura, eso no es poco.
Termino con una brevísima mención al inteligente y atrevido empleo de música. Durante todo el metraje, sólo suenan unos segundos de ‘Caravan’, el estándar jazzístico de Puenzo y Ellington, y un fragmento de la novena sinfonía de Mahler, la última que concluyó. Eso quiere decir que buena parte de la música que oímos en El artista y la modelo no la interpretan músicos. La que suena es la música de la naturaleza, la música de las carcajadas, la música del arte…, esas músicas que oímos pero rara vez escuchamos y que Trueba nos obsequia como hermosa e inusual banda sonora.