Michel Ocelot. Categoría: Película. |
Kirikú y la bruja (1998), el debut de Michel Ocelot, fue uno de esos fenómenos que de tanto en tanto se dan en la industria del cine. Una película de animación protagonizada por personajes africanos, con música africana, realizada por un director prácticamente desconocido y estrenada por una pequeña distribuidora independiente, que sin embargo se convierte en un éxito y supera el millón de espectadores solo en Francia. A partir de entonces, productores de animación y compañeros de profesión de Ocelot hablan de “efecto Kirikú” en la industria de la animación francesa: si es tan robusta y saludable es gracias, en buena medida, a aquella primera aventura de kirikú, a la buena acogida que tuvo entre los espectadores franceses.
La segunda entrega de la saga, Kirikú y las bestias salvajes (2005), fue aún más exitosa y se quedó muy cerca de los dos millones de espectadores solo en Francia, así que es comprensible que Michel Ocelot escribiese y dirigiese un tercer film dedicado al diminuto héroe Kirikú. Y qué bien que lo hizo, porque es otra encantadora obra.
Kirikú y los hombres y las mujeres ya no pudo contar con el efecto sorpresa, pero sí con todo lo que resultaba tan interesante y seductor en la primera película: el inspirado personaje central, el retrato a la vez artístico y realista de África, la bruja como memorable villana, los fetiches que se mueven y suena como robots, la música inspirada en el folclore africano… En fin, fue otra singular propuesta en el panorama internacional de la animación, pues a pesar de los catorce años transcurridos, la representación de la diversidad seguía siendo una asignatura pendiente, así que una película protagonizada por africanos era una rara avis.
Ocelot repitió la estrategia adoptada en el segundo film, de modo que estructuró esta tercera entrega a partir de la unión de relatos independientes. También en este caso son introducidos por el abuelo de Kirikú, ese sabio personaje cuyo peinado parece el de un farón egipcio. En conjunto, no posee la fuerza del primer film, pero todos son interesantes y al menos dos excelentes. La ficción transcurre de nuevo antes del desenlace de Kirikú y la bruja, así que el diminuto Kirikú y la temible bruja Karabá son presentados como al inicio de la saga. Las historias son tan sencillas como de costumbre y, a medio camino entre el cuento filosófico y la fábula moral, desarrollan la visión humanista y comunitaria del inteligente protagonista, que siempre antepone el bienestar de su aldea (y visitantes) a sus intereses.
Particularmente acertados son los relatos dedicados al niño tuareg, que le permite hablar de aceptación del diferente y de racismo, y a la griot, una ficción dentro de la ficción principal que evidencia la importancia de la transmisión de cuentos: que es a su vez el rol del narrador, el abuelo, y por supuesto del creador de ambos personajes, Michel Ocelot. Finalmente, aunque la historia esté algo menos lograda, es igualmente bienvenido el fragmento final, dedicado a la música, que incluye una excelente pieza en la que colabora como cantante Angélique Kidjo. En general, la banda sonora es tan importante como de costumbre en la saga y hace bien en recuperar el tema principal, el compuesto por Youssou N’Dour.
En lo que respecta a la animación, fue por primera vez realizada enteramente por ordenador. Se nota, pero mínimamente, así que habría que ponerse purista para quejarse, porque el aspecto de los personajes es prácticamente idéntico y opta también por el 2D. De todos modos, la saga ha sido siempre una cuestión estética más que de animación particularmente sofisticada -inicialmente por cuestiones presupuestarias-, así que ese paso del dibujo a mano al ordenador apenas si afecta al resultado. Máxime cuando lo realizó Mac Guff Ligne, estudio con el que Ocelot llevaba colaborando desde Azur y Asmar (2006) y que es responsable también de animar las películas de la compañía estadounidense Illumination (Gru Mi villano favorito, El Grinch…).