Michel Ocelot. Categoría: Película. |
La versatilidad de Michel Ocelot y su voluntad de explorar nuevas vías estéticas es admirable. A lo largo de su interesante trayectoria, ha dirigido obras de cutout con personajes en relieve, de cutout con siluetas al estilo de Lotte Reiniger, de animación tradicional dibujada a mano, de animación 2D por ordenador, de animación 3D… El precedente trabajo, Ivan Tsarévitch et la princesse changeante (2016), propone siluetas animadas por ordenador, mientras Dilili en París, su octavo largometraje, combina personajes animados con fondos fotográficos de la capital francesa.
Es una obra peculiar, porque no hay actores de carne y hueso, así que el carácter mixto se limita a que los fondos no están dibujados. De hecho, la mayoría de fondos fotográficos están tratados para que la ambientación sea la del París de la Belle Époque, ese periodo fascinante en el que el progreso tecnológico era visto con optimismo por la civilización occidental -impresión que cambió con el estallido de la Primera Guerra Mundial-. Ahí tenemos dos de las particularidades del film: 1) es tan singular como de costumbre, es decir, de nuevo se parece muy poco al resto de cine animado contemporáneo; 2) deja de lado su exploración de los relatos tradicionales no occidentales para centrarse en un momento clave de la historia europea.
La estética de Dilili en París no es, a primera vista, tan atractiva como la de otras películas de Michel Ocelot. El planteamiento sí es inusual, pero la mezcla de personajes en 2D y los fondos no resulta particularmente atractiva. Se echa de menos un tratamiento de los personajes que dote a la imagen de mayor sensación de profundidad. Por supuesto, es muy posible que se trate de una elección deliberada del director. En fin, no parece que vaya a ser recordada como una de las más sofisticadas combinaciones de ‘imagen real’ y animación. De todos modos, la fusión choca sobre todo al inicio: pasados unos minutos uno o se acostumbra o no se da ni cuenta.
En cambio, aunque hubiera podido recrear el París de Belle Époque con ilustraciones, como hizo con la naturaleza africana en la maravillosa Kirikú y la bruja (1998) -y entregas posteriores de la saga-, es cierto que optar por fotografías refuerza el canto de amor a la belleza de la ciudad, que es una de las líneas de lectura del film. Sin caer nunca en la sucesión de postales, sí logra Ocelot captar lo que en el París de principios del siglo XXI queda de aquel periodo que marcó su arquitectura para siempre. Al fin y al cabo, los personajes no se mueven por una recreación del lugar, sino por sus preciosas calles y edificios -por mucho que algo de retoque sea necesario en más de un caso-.
Esa declaración de amor a la ciudad y a tan seductor periodo se nota también en cómo el guion procura destacar la extraordinaria reunión de talento de todas partes del mundo. Por la pantalla pasan personalidades de numerosas disciplinas, como Henri de Toulouse-Lautrec, Amedeo Modigliani, Gustave Eiffel, Pablo Picasso, Erik Satie, Colette, Claude Debussy, Ferdinand Von Zeppelin, Auguste Rodin, Camille Claudel… Quizá se le puede reprochar que en ocasiones desvíe la trama de la cuestión principal solo para poder incluir un nombre más -la presencia de Louis Pasteur, por ejemplo, está justificada por los pelos-, pero algo similar ocurría con Midnight in Paris (2011), de Woody Allen, y no por eso pierde encanto. En una tentación que perdonamos gustosamente con tal de disfrutar un rato de tan privilegiados cerebros, aunque sean sus álter egos animados.
Además, esa proliferación de invitados ilustres sirve para reforzar la otra razón de ser el film: su feminismo. Tras recordarnos a las grandes artistas de la época, en un momento dado propone un consejo de mujeres, formado por Louise Michel, Marie Curie y Sarah Bernhardt, que es esencial para preparar el emotivo desenlace. Incluso sitúa a la cantante de ópera Emma Calvé como uno de los personajes centrales. Eso sí, no necesita recurrir a personalidades de la historia para subrayar su feminismo: la protagonista, Dilili, es una niña educada y elegante, pero también inteligente, valiente y con gran iniciativa, las cualidades que habitualmente poseen los héroes cinematográficos.
De hecho, Dilili es como una versión femenina de Kirikú, con quien comparte todas esas virtudes y cierto exotismo desde nuestra perspectiva occidental, pues es mitad francesa, mitad kanak -pueblo autóctono de Nueva Caledonia y otras islas del Pacífico-. Cuestión esta última que, como en la saga protagonizada por el diminuto africano, le sirve para hablar de racismo. Ese mismo personaje, dado que es mestizo, dice al inicio de la cinta (en paráfrasis): “allí me reprochan que mi piel no sea del todo oscura, aquí me reprochan que lo sea demasiado”.
Dicho esto, esas buenas intenciones están muy bien. Es estupendo que denuncie el racismo y la falta de igualdad, aunque quizá esto último no lo haga con su sutileza habitual. Sin embargo, si Dilili en París es una película tan recomendable es porque está muy bien narrada y porque el canto de amor a París está introducido en el contexto de una emocionante aventura con imprevisible trama criminal incluida. La convivencia de todos esos elementos lo convierten en uno de los más atractivos y personales ‘thrillers’ animados.
Nota: ganó como Mejor película de animación en los Premios César del 2019, categoría en la que también estaban nominadas Astérix El secreto de la poción mágica, dirigida por Alexandre Astier y Louis Clichy, y Pachamama, dirigida por Juan Antin.