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Kyle Balda, Brad Ableson, Jonathan del Val. Categoría: Película. |
Supongo que estaremos de acuerdo en que la saga de los Minions sigue adelante porque es un gran negocio para Illumination y Universal, no porque desde un punto de vista artístico resulte estimulante. Tal cosa dejó de ocurrir tras la estimable Gru: Mi villano favorito (2010) y cada nueva entrega evidencia que las mejores ideas se agotaron hace tiempo.
Minions: El origen de Gru, quinta entrega de la saga, padece un problema adicional además de la inevitable sensación de tener poco que ofrecer. Me refiero a que, a diferencia de Los Minions (2015), esta vez los seres amarillos comparten el protagonismo con Gru, cuyos orígenes criminales son aquí explorados. Eso implica que el resultado se parece mucho a la trilogía de películas de Gru o, visto de otro modo, no se diferencia apenas, de modo que tiene aún menos sentido.
De todos modos, importaría poco que fuese más de lo mismo o que los filmes dedicados a los Minions se confundiesen con los protagonizados por Gru si el guion fuese ingenioso, que es lo único que se le puede pedir. Porque esperar animación sofisticada, personalidad estética o un enfoque mínimamente arriesgado de la narración en un largometraje de Illumination es muy ingenuo a estas alturas. Uno se conforma con tres o cuatro escenas cómicas particularmente logradas. Pues bien, para quien esto escribe, ni eso ofrece. Claro que hay varios gags que aprovechan las posibilidades de la animación para la precisa puesta en escena de humor físico, pero es todo primario, trillado, la enésima versión de la ineptitud de los Minions para casi cualquier actividad.
Para colmo, como tantas veces ocurre en Illumination, la banda sonora incluye multitud de canciones de éxito, a veces empleadas de manera tan recurrente que recuerda al espanto de ¡Canta! (2016) y ¡Canta! 2 (2021), aunque esta vez hay que reconocer que están elegidas con mejor gusto.
Productos como Minions: El origen de Gru resultan eficaces como entretenimiento para espectadores poco exigentes -por ejemplo buena parte del público infantil al que van especialmente dirigidos-. Sin embargo, son un fenómeno que tiene poco de arte y mucho de calculado ejercicio de mercadotecnia, de ahí que su interés artístico sea pobre.
