Tex Avery. Categoría: Cortometraje. |
Tex Avery dijo una vez: “nos dimos cuenta pronto de que si hacías algo con un personaje que no pudiera ser realizado en ‘acción real’, entonces tenías una risa garantizada. Si un humano lo puede hacer, no siempre es divertido en animación; o si es divertido, un humano lo puede hacer más divertido… Usamos cualquier tipo de distorsión que no pueda ocurrir, como un personaje metido en una botella de leche. No puedes meter a Chaplin en una botella de leche”. Pues bien, Bad Luck Blackie es un excelente ejemplo de ese enfoque que caracteriza su filmografía, de modo que es una obra representativa de su manera de afrontar los dibujos animados.
Como en sus mejores obras, Avery parte de una premisa más o menos trillada o estándar, de la que explora todas sus posibilidades hasta agotarla con un continuo crescendo cómico. No basta con enlazar gags: es preciso que cada nuevo gag sea más grande, más exagerado y más divertido que el precedente. Esta vez, por ejemplo, encuentra siempre la manera de que un gato negro pasee por delante de un bulldog y que este último sea golpeado por un objeto que cae del cielo. Da igual lo improbable que sea la situación: la premisa debe cumplirse y cada vez debe ser más disparatada. Así es como llegamos a un delirante desenlace que, con su sorpresa final, no es muy distinto del que ya propuso en el igualmente brillante King-Size Canary (1947).
El corto fue votado como el decimoquinto mejor de la historia por más de un millar de profesionales de la animación para el libro editado por Jerry Beck, The 50 Greatest Cartoons (1994). Jeff Miller escribe lo siguiente a propósito del corto y de Tex Avery: “Un hombre que terminaría alegremente una pieza a tres galaxias de distancia del lugar en el que empezó se sometió a un recurso que le devolvía una y otra vez a La Regla: un gato negro se cruza en tu camino, algo malo te pasa. Solo cuando reduce los parámetros aun más -algo caerá encima de ti- sintió Avery que su imaginación se enfrentaba a un reto lo suficientemente estimulante. Entonces hace la habitual transposición ‘averyana’ de lo dulce a lo perverso y del villano a la víctima. Y empieza”.