Carolina López Caballero es una de las más importantes dinamizadoras culturales en el ámbito de la animación. Especialista en animación española y, a juzgar por su trayectoria, especialmente entusiasta de la vertiente artesanal del medio, ha sido organizadora de destacadas exposiciones, escribió una premiada tesis y dirige dos de los más importantes festivales de España: Animario y Animac.
Hace nada terminó una nueva edición de Animac. ¿Qué es lo que te ha hecho más ilusión de esta 25ª edición?
En primer lugar poder llevarla a cabo, también con una parte presencial, además de la online. Me ha hecho ilusión los premiso a Joanna Quinn, que para mi ha sido un ejemplo desde hace años y a Adam Elliot, uno de los incorruptibles de la animación independiente. También las dos conferencias presenciales por motivos distintos; la del director de arte y diseñador de personajes de Pixar Animation Studios Daniel López Muñoz, que es un extraordinario profesional y artista (personajes en Up, Soul, Luca…) además de una persona encantadora y generosa y el reconocimeiento que hicimos a Carles Porta, creador de la imagen de Animac en este cuarto de siglo, darle el premio trayectoria y ver materializada la exposición sobre su proceso creativo en el Museo de Arte Jaume Morera, que todavía está abierta, para quien quiera visitarla.
¿Cuál fue el mayor reto de celebrar una edición híbrida?
Reformular formatos y pensar en positivo y algo común a todo el mundo: vencer los escollos de la pandemia. En lugar de rasgarnos las vestiduras ante la situación, intentar hacer de las limitaciones una oportunidad para hacer cosas que normalmente no hacemos. Para el equipo ha sido un reto enorme, pues ha habido que aprender sobre la marcha. También el tema de derechos de las películas. Ha sido intenso, pero muy gratificante.
¿Por qué es importante que el festival tenga una sección dedicada a la animación apta para todos los públicos?
En cuanto a públicos, como programadora del festival, intento que haya una oferta para varios tipos de públicos: por edades, profesionales o no, escolar… Petit Animac, la sección familiar de Animac, es casi un festival dentro de un festival, con un público muy agradecido. Para mi ésta sección, las sesiones escolares y los talleres que organizamos para niñ@s y jóvenes suponen uno de los pilares de Animac. Niñ@s y jóvenes son nuestro futuro y hay que mimarlo.
Diriges también otro importante festival, Animario. Inevitablemente, hay obras que coinciden y la programación de ambos eventos parece apreciar especialmente una concepción particularmente aventurada, artística y artesanal de la animación. ¿Procuras entonces que cada festival tenga una identidad bien definida o esa es una cuestión poco importante para ti?
No es la primera vez que dirijo dos eventos a la vez (Anima’t Sitges y Animac en 2001 y 2002). Para relevancia e interés de cada festival y mi propia salud mental, busco diferenciarlos. Si bien algunas obras coinciden (la buena animación ha de verse, cuanto más mejor), la estructura y carácter de cada convocatoria es distinta.
Has dirigido asimismo, durante muchos años y hasta este 2020, el Xcèntric en el CCCB. Ahora que termina esa etapa para ti, ¿qué recuerdas con más cariño o de qué estás especialmente satisfecha?
Que apreciar el cine anime a hacer cine. La punta del iceberg de Xcèntric son la proyecciones, pero fue y va mucho más allá, con publicaciones, programas itinerantes, exposición, un archivo…Todo eso generó una comunidad de jóvenes cineastas que ven en el cine experimental una manera de expresar sus ideas y sentimientos.
Toda esta actividad me lleva a la siguiente pregunta: ¿cuál es la labor clave de una directora en un festival? ¿Hasta qué punto, y de qué modo, la personalidad de la directora influye en la dirección del evento?
Para mi es vital. Es una cuestión ‘editorial’ y cada dirección marca el carácter a través del programa y también de las actividades que organiza. Personalmente me involucro también bastante en cualquier detalle, sobre todo en Animac, desde la imagen hasta cómo organizar los horarios o el trato que deben recibir los artistas que nos visitan.
¿Cómo surgió la exposición Del Trazo al Píxel?
Por mi frustración de ver que el cine animado español estaba en unas copias bastante malas (o directamente no estaba consultable o dificilmente accesible). Quería que se restaurasen y digitalizasen un montón de copias y este proyecto fue la excusa para ello. Pero fue mucho más que eso, pues documentamos, publicamos y difundimos la animación española con programa dónde por primera vez aparecían en un mismo lugar autores y autoras de todas las épocas y sobre todo con un sentido o carácter curatorial. En este proyecto se centró en de visibilizar y contextualizar las piezas más ‘invisibles’: las históricas y las más independientes e intentar hablar de la idiosincrasia de nuestra cinematografía animada a través de temas que la atraviesan transversalmente como pueden ser el arte, la política, las viñetas…y trazar esas líneas de filiación a lo largo de los años. La intención no era historicista o antológica, sino más bien la de dar sentido a un programa y que resultase atractivo internacionalmente.
La exposición viajó luego a Nueva York y a Taipéi. ¿Qué te llamó más la atención de la acogida que tuvo en Estados Unidos y China?
Que el MoMA proyectase el programa dos veces y en excelentes horarios y que nos tratase como un contenido más del que quizás sea el museo de Arte Moderno más importante del mundo, me impresionó. Incluso nos invitó tras la inauguración a una cena en la que estuvieron presentes la flor y nata de la animación neoyorquina, incluyendo Amid Amidi (editor jefe y fundador de Cartoon Brew), Bill Plympton (Cineasta-animador), Emily Hubley (Cineasta-animadora), John Cannemaker (historiador y cineasta-animador), Ron Magliozzi (comisario del MoMA de las exposiciones de Tim Burton, Pixar y los hermanos Quay) y una decena más de personas, junto a Alberto Vázquez (Director), felicitándonos por el programa.
En Taiwan, lo que más me llamó la atención, fue la reacción de una conferencia que di en Fuzhon 15, en New Taipei. Era un precioso y soleado sábado por la mañana y pensé que nadie iba a venir a oír hablar (encima en inglés traducido al chino) sobre animación española. Pero para mi sorpresa la sala se llenó, estaba incluso la directora del centro (de tres plantas, dedicado a la animación y al documental) y mucha gente vino a interesnate por lo que había contado tras la conferencia.
Seguimos en orden cronológico inverso hasta llegar a la exposición Metamorfosis del CCCB, que al estar dedicada a Ladislas Starewitch, Jan Svankmajer y los hermanos Quay, yo diría que convirtió Barcelona en el epicentro del stop motion experimental. ¿Qué fue lo más valioso de esa iniciativa?
Poner en relación tres universos tan ricos como desconocidos al gran público y demostrar que la animación es un arte digno de reconocimiento más allá de nuestro mundillo animado. Todavía a fecha de hoy hay gente que me dice que vinieron a ver la exposición.
Con solo 26 años creaste la sección Anima’t del Festival de Sitges, que ahora es una de las más queridas de la cita de cine fantástico. ¿Cómo convenciste a la dirección de que tener una sección de animación era una buena idea?
Fueron ellos quiénes vinieron a buscarme, por mediación de Robert Balser, a quien considero en cierta manera un padrino profesional. Inicialmente tenía que preparar sólo un ‘especial animación’ por un año, pero me dieron un dedo y tomé todo el brazo, organizando muchas proyecciones, una exposición, la visita de un montón de animadores, una publicación…. El resultado fue bueno y a partir de ahí me ofrecieron dejarlo como Sección Oficial.
¿Qué tal fue estudiar animación en la West Surrey College of Art & Design?
Un regalo. Por primera vez, artísticamente hablando, me sentí parte de una comunidad. Estaba rodeada de gente interesada por lo mismo que yo y eso era genial. La escuela tenía unos medios y un sistema educativo no vistos en España por aquel entonces. Sólo eramos 18 estudiantes en mi promoción, algunos de los cuales como Darren Walsh (Angry Kid), Chris Shepperd (Dad’s Death) y Helen Brudson (BAA), entre otros, han tenido una carrera relevante después. Tuve como tutores y profesores visitantes a unos jóvenes Barry Purves, Emma Calder, Jonathan Hodgson, Marjut Rimminen y Marc Baker (el creador de Peppa Pig quien era exalumno). Yo venía de una universidad masificada y de combinar trabajo y estudios. Tuve beca de la Generalitat de Catalunya que me fueron renovando hasta los tres años y eso me permitió disfrutar al máximo de esa oportunidad. Me sentía privilegiada y muy afortunada y aproveché hasta el último minuto de mi tiempo allí. Trabajaba mucho en la escuela (teníamos nuestro propio estudio) y muchos fines de semana iba a Londres, a ver exposiciones, festivales… empecé a hacerme con mi biblioteca que tiene una gran sección de animación.
¿Por qué quisiste dedicar su tesis a la animación española?
Porque no había una publicación de referencia. Mi tutor Andy Darley (que hoy es un estudioso de referencia en el área de Cultura Visual) me sugirió que la enviase a un concurso de la recién creada SAS (Society for Animation Studios), gané un premio y encima me dieron un cheque en dólares.
En tanto que experta en la historia de la animación española: ¿quién crees que es el gran animador español que no ha sido debidamente reconocido?
Yo soy muy fan de José Luis Moro y de los anuncios maravillosos que hizo con su hermano Santiago para Movierécord. Aquello fue luz y color en una España gris, una cantera de talento de la animación española en los años 50. Francisco Macián, que colaboró con ellos fue un gran artista y visionario también.
Incluso el más reconocido de los animadores españoles, nunca lo estará tanto como su análogo en otro campo como el cine, la literatura o la música. Afortunadamente está cambiando un poco y espero que próximamente sea normal que los medios den voz a l@s animador@s fuera del cajón de creación o industria menor, porque no lo es en absoluto.
Para acabar este recorrido cronológico al revés: ¿qué animación recuerdas ver de pequeña o que te gustase particularmente?
Las series japonesas protagonizadas por Heidi y Marco. Cuando conocí a Isao Takahata y pude acompañarle durante una semana en el Festival de Sitges, a pesar de reconocerle mucho más largometrajes como la monumental La Tumba de las luciérnagas, no podía por menos que estar muy emocionada compartiendo mesa y paseos con el artífice de unas series que a tantas niñas y niños del mundo nos había marcado la infancia.