SAINT SEIYA: LOS CABALLEROS DEL ZODIACO (SEINTO SEIYA: KNIGHTS OF THE ZODIAC).
1/10
Saint Seiya: Los Caballeros del Zodiaco es una propuesta terriblemente fallida, no hay prácticamente nada que reivindicar o que salvar aquí, de modo que incluso los más entusiastas del manga de Masami Kurumada o de la popular serie de los 80 se la pueden saltar sin remordimientos.
Tiene muchos problemas que impiden su disfrute, pero dos son los principales. Uno es su estética, que cae en el error de pensar que para atraer a nuevos espectadores o modernizar una serie clásica basta con pasarse al 3D fotorrealista. Y sí, tenemos armaduras brillantes que parecen realmente de bronce, plata u oro, pero la estética es pobrísima, hortera, generalmente muy fea. Aquí tienes un par de imágenes de ilustración: si no te parecen horrendas le puedes dar una oportunidad a la serie, si te ocurre como a mí, mejor ahórrate el trago, porque el resto de elementos no compensan ese despropósito estético. También la animación es floja y los fondos son descorazonadoramente planos.
Sin embargo, peor aún que la parte visual es el guion y, en menor medida, una dirección que no le hace ningún favor. Esta serie debería ponerse en las escuelas de escritura para audiovisuales como ejemplo de lo que no se debe hacer. Los personajes están constantemente describiendo lo que vemos que están haciendo, hasta el más mínimo detalle, incluso en las batallas a vida o muerte. Los contrincantes anuncian invariablemente lo que van a hacer y por qué son tan buenos, mientras el oponente le responde diciéndolo cómo piensa contrarrestar ese ataque y por qué va a ganar él. A veces se llega al disparate de desvelarle al otro las intenciones en vez de aprovechar el factor sorpresa. En fin, como humor absurdo involuntario no tiene precio.
Y por supuesto, no faltan largos parlamentos de los personajes repasando de manera pormenorizada el desarrollo de la trama, como si el guionista pensara que el intelecto de los espectadores es muy limitado y necesitan que se les explique todo. Parlamentos que suelen solventarse con monólogo estáticos cuyo valor cinematográfico es, más que nulo, subterráneo. Eso sí, reconozco que siento admiración por los guionistas que no tienen inconveniente en mostrar su nombre en los créditos: eso sí que es carecer de sentido del ridículo.