Lev Atamanov. Categoría: Película. |
Los regímenes totalitarios tienden a parecerse y casi todos son de corte nacionalista, así que procuran que el arte destaque la superioridad del país. Ese objetivo se logra en parte mirando atrás, tratando de demostrar que ese sentimiento está justificado por la historia. Quizá una de las claves de lectura de los inicios de la animación soviética sea ese intento de mostrar ‘el glorioso pasado ruso’. Si nos ceñimos a los tres primeros largometrajes de animación tradicional, los producidos por Soyuzmultfilm antes del que nos ocupa, todos tienen algo en común: están basados en clásicos de la literatura rusa y transcurren en el pasado.
El primero, Propavshaya gramota (1945), dirigido por Lamis Bredis, Valentina Brumberg y Zinaida Brumberg, adapta un relato de Nikolay Gogol. El segundo, El caballo mágico (1947), dirigido por Ivan Ivanov-Vano y Aleksandra Snezhko-Blotskaya, traslada a la pantalla un texto de Pyotr P. Yershov. El tercero, Noch pered Rozhdestvom (1951), dirigido por las hermanas Brumberg, repite a Gogol como fuente. La excepción sería El nuevo Gulliver (1935), dirigida por Aleksandr Ptushko, obra híbrida que mezcla actores de carne y hueso con stop motion, que también bebe de una fuente literaria, solo que no es rusa, porque se trata del clásico de Jonathan Swift. Eso sí, está debidamente trasladado a una Unión Soviética contemporánea y comunista que convierte Liliput en el centro de una revolución obrera.
La florecilla escarlata sigue en esa línea, lógico dado que las producciones de Soyuzmultfilm estaban financiadas por el estado y debían por tanto plegarse a las directrices del régimen. Adapta a un autor ruso -el relato homónimo de Sergey Aksakov-, transcurre en la rusa pre-revolucionara y, por supuesto, se esfuerza en mostrar la belleza del folclore ruso. En fin, es un buen ejemplo del periodo de Realismo Socialista de la animación soviética.
Esto implica que la estética y la animación son realistas, aunque sea a costa de recurrir a la rotoscopia, técnica que Soyuzmultfilm denominaba Éclair. Igual que en el resto de obras del estudio en esa época, los personajes se mueven casi como si fueran actores reales y se nota que los animadores trabajaron sobre filmaciones de las escenas. Se aprecia asimismo, como de costumbre, la atención al detalle en los fondos y los motivos ornamentales, que son una preciosidad. Claro que aquí lo más deslumbrante desde un punto de vista estético es la ilustración de la isla en la que vive el monstruo.
Ese enfoque realista se limita no obstante a la parte visual, porque el argumento es de corte fantástico. No una fantasía al estilo de Disney con animales parlantes o hadas, pero sí con elementos mágicos: es lo habitual en las producciones de los 50 de Soyuzmultfilm. De hecho, es una versión del conocido cuento tradicional de la bella y la bestia, solo que a través del relato de Aksakov. No fue la primera adaptación cinematográfica del cuento, pues ya existía el magistral film de Jean Cocteau (1946), pero sí fue la primera animada y se adelantó en 39 años a la más conocida de todas, La bella y la bestia (1991), la dirigida por Gary Trousdale y Kirk Wise para Disney.
La versión de Lev Atamanov a partir del guion de Georgiy Grebner palidece frente a estos dos ejemplos, algo comprensible dado que se trata de obras maestras, pero es muy estimable. La narración es en ocasiones un tanto melodramática y la historia de amor entre la bella (Nastenka) y la bestia (el monstruo de la isla) está desarrollada en cuestión de minutos, así que el enamoramiento resulta un pelín precipitado cuando llega. Sin embargo, solo por su estética, su animación y su singular acercamiento al cuento ya merece la pena ser vista.
Ahora bien, quien quiera conocer mejor los inicios de Soyuzmultfilm pero no disponga de tiempo para ver cada uno de sus largometrajes hará bien en acudir a la otra película que produjo ese año, la maravillosa La doncella de nieve, dirigida por Ivan Ivanov-Vano y Aleksandra Snezhko-Blotskaya.