Tras el inicio de la trilogía Animerama de Osamu Tezuka y Eiichi Yamamoto con Las mil y una noches (1969) y, sobre todo, en vista del éxito de El Gato Fritz (1972), dirigido por Ralph Bakshi, que fue el primer largometraje de animación en obtener la calificación X, se extendió por occidente una efímera moda de películas animadas centradas en el sexo. En los 70, además de Las nueve vidas de Fritz el gato (1974), tuvimos Down and Dirty Duck (1974), Tarzoon, la vergüenza de la jungla (1975) y Once Upon a Girl (1976), a las que se suma un aporte más desde Japón, Yasuji no Pornorama – Yacchimae!! (1971).
El enano y la bruja fue la aportación italiana, cosa que la convierte en la primera película de animación para adultos del país. La frase promocional del cartel fue de hecho más explícita: “il primo cartoon porno italiano”. Este spaghetti porno se dedica esencialmente a mostrarnos coitos uno tras otro, la mayoría con un enfoque cómico. Eso sí, prácticamente en cada escena se ven tetas, penes y vulvas, aunque están tratados con escaso realismo: los penes flácidos, por ejemplo, se alargan más de un metro como si fueran de goma elástica.
Los protagonistas, ya lo anticipa el título, son un enano cuyo principal atributo es un pene tan grande como su cuerpo y casi continuamente erecto, y una bruja víctima de un maleficio que le da aspecto de anciana. La única forma de librarse del hechizo es teniendo 69 orgasmos, naturalmente. Con una premisa así, uno ya sabe a qué atenerse.
Concedo que hay alguna idea graciosa y que la estética posee cierto encanto, pero el guion es poco imaginativo y terriblemente repetitivo y la animación es muy pobre: claramente, no se gastaron mucho dinero en ese apartado.
Quien firmó originalmente la cinta fue Gioacchino Libratti, pero se trata de un pseudónimo de Francesco Maurizio Guido, alias Gibba, uno de los pioneros de la animación italiana que llegó a participar en el primer largometraje animado del país, La Rosa di Bagdad (1949), colaboró con Federico Fellini en un corto de animación inconcluso y, un año antes, había dirigido el filme Il racconto della giungla (1974). No es este, tristemente, el mejor ejemplo de su talento.
Giannalberto Bendazzi, en su esencial libro Cartoons: 100 años de cine de animación (1988), menciona por supuesto a Gibba, del que alaba su corto L’ultimo sciuscià (1947) por su “voluntad de sumar el cine de animación en el movimiento neorrealista”. Sin embargo, advierte que, de vuelta a Roma, “asfixiado por un ambiente poco favorable, no logró aprovechar su talento”. En ese periodo sitúa los dos largometrajes que dirigió, de los que se limita a nombrar el título, así que tampoco debieron de causarle una gran impresión al historiador italiano. Los filmes, por cierto, los fecha en 1976.