Toby Shelton, Tad Stones y Alan Zaslove. Categoría: Película. |
El retorno de Jafar es la segunda película de Disneytoon Studios, la marca a la que Disney relegó las segundas y terceras partes de sus clásicos animados. Sucede a Patoaventuras la película: El tesoro de la lámpara perdida (1990) en la filmografía del estudio, pero tuvo mucho de primera vez para la compañía fundada por Walt Disney.
Fue el primer largometraje animado que comercializó directamente en formato doméstico y el primero estadounidense que se estrenó en VHS. Fue asimismo el primero comercializado con la marca ‘Home Video’, que es la que aparece en la carátula de la edición original, y el primero que sirvió como piloto para una serie animada: la titulada como el film original, que Disney Channel había empezado a emitir en febrero de 1994. Finalmente, fue la primera secuela de un film del periodo de renacimiento de Disney, la primera de muchas.
Que El retorno de Jafar fuese finalmente una película fue casi fruto del azar. Inicialmente sus responsables preparaban un especial de una hora que sirviese de introducción para una serie que continuase las aventuras de Aladdín (1992). Tad Stones, uno de los directores de la futura serie sugirió entonces que se podía convertir en un largometraje, algo a los que originalmente se opuso el por entones CEO de la compañía, Michael Eisner, pues consideraba que abarataría la marca Disney: estoy de acuerdo, pero en vista de la decisión que tomó finalmente, queda claro que eso no le preocupaba tanto como la posibilidad de explotar su catálogo.
El caso es que tras ver los primeros minutos de animación, Jeffrey Katzenberg autorizó que el proyecto se reconvirtiese en película, de modo que encargó el trabajo a los estudios de Disney en Australia y Japón -para abaratar costes, naturalmente-. Eso sí, como el producto en cuestión estaba más próximo a una serie de televisión que a los films de Disney, se impuso su comercialización en VHS, sin pasar por las salas.
El retorno de Jafar costó cinco millones de Dólares, menos de una quinta parte de lo que había costado Aladdín, pero recaudó más de 300 millones gracias a las fenomenales ventas: sigue siendo una de las 20 cintas más vendidas en VHS. El negocio fue tan asombrosamente bueno que explica por qué, tras la reticencia inicial, Disney acabó por producir más de cuarenta secuelas de sus films animados, entre ellas una tercera parte: Aladdín y el rey de los ladrones (1996).
Y así, casi por casualidad, no como fruto de un estudiado plan, comenzó una de las vertientes más discutibles del estudio, la que más decisivamente influyó en su fama actual de ser una compañía que explota al máximo sus propiedades intelectuales. Por supuesto que abarató la marca Disney, pero aumentó la cuenta de los accionistas, que es de lo que se trata.
Respecto a las cuestiones artísticas del largometraje, que casi es lo de menos en este caso, tiene dos principales problemas. Uno es la ya mencionada calidad de la animación, que es solo un poquito más sofisticada que la de la serie a la que dio paso. Nada pero nada que ver con la de Aladdín. Todo es más simple, más feo y mucho menos atractivo. Además, puntualmente los rostros de los principales personajes se ven deformados, sobre todo cuando no se trata de primeros planos, como si los hubiera dibujado alguien que tratara de recordarlos de memoria.
El otro es el guion, que en más de un pasaje no tiene ni pies ni cabeza y se desarrolla con una notable falta de imaginación. Finalmente, Robin Williams, una de las claves del éxito del film original por su interpretación del genio, no quiso repetir dado su descontento con la compañía. Le sustituyó Dan Castellaneta -la voz de Homer en Los Simpson-, que también es muy bueno, así que si la comparación no le favorece no es por falta de talento, sino porque el material del que dispuso era mucho más flojo y porque la animación que ilustra su interpretación está a años luz de la desarrollada para Aladdín.
A poco que uno sea exigente, esta secuela es una decepción.
Nota: las transformaciones del genio incluye un homenaje a Pinocho (1940) y un guiño a la atracción de los parques Disney ‘It’s a Small World’.