Sam Mendes. Categoría: Película. |
Los Estados Unidos viven unos prósperos años cincuenta, parece que la herida de la segunda guerra mundial ya ha quedado atrás, hay trabajo para todos, aunque no sea un trabajo apasionante, la gente se ha ido a vivir a las urbanizaciones, los hombres, como abejas, acuden en tren, o en coche, a la gran ciudad, trabajan en apabullantes rascacielos, en inmensas oficinas, distribuidos en celdillas, como hemos visto en tantas películas norteamericanas, baste como ejemplo, El apartamento, de W. Wilder.
Las mujeres: unas son amas de casa, madres de familia, que se pasan el día manteniendo en orden la casa, cuidando de los hijos, esperando, muy arregladitas, que vuelvan sus maridos, y parecen felices –aunque no todas; otras, más jóvenes, trabajan también en los rascacielos y esperan que un hombre las rescate de ese trabajo y las lleve al suburbio, a la casa blanca, inmaculada, con su pequeño jardín, donde poder ser felices y encarnar el modelo de familia formada por padres e hijos. Este mundo en aparente armonía también lo hemos visto en muchas películas y series de televisión, casi siempre edulcorado, aunque en los últimos años han aparecido películas mucho más críticas con el tan traído y llevado sueño americano, sin ir muy lejos, American Beauty, dirigida también por Sam Mendes.
En esta película un joven matrimonio, los Wheeler, April y Frank, vive en ese mundo, pero ellos no han renunciado todavía a sus sueños, ninguno de los dos está satisfecho con su vida, “irremediablemente vacía” como dice Frank. No acaban de encajar en ese lugar, ella, porque busca la autenticidad, porque cree que solo la incertidumbre puede traerle la felicidad, él, porque su propia vida le recuerda la insignificante existencia de su padre. A ambos les han dicho que son diferentes al resto, que son mejores, también ellos se lo dicen a sí mismos, April, en algunos momentos, parece una Mme. Bovary de urbanización y quiere escapar a Paris, como habían hecho algunos novelistas estadounidenses, E. Hemingway y S. Fitzgerald, por citar a los más conocidos; Frank se ilusiona al principio, pero pronto, al ser más acomodaticio que su mujer, queda atrapado en el sistema por un gran puñado de dólares, su sueño es mucho más endeble y así no es fácil escapar de la realidad. Es curioso que, como ocurre casi siempre en cine y literatura, la verdad esté en boca de un loco, de alguien expulsado del sistema.
La película no es solo el cuestionamiento de un determinado modo de vivir, de un modelo social, sino también un duro retrato de la intimidad de una pareja, del desmoronamiento de un matrimonio, de cómo el amor se va y, al irse, deja a la pareja enfrentada, cara a cara, con la violencia conyugal. Ya no queda más que amargura y dolor, reproches y ajustes de cuentas que ya no llevan a nada bueno. Al principio son una pareja enamorada, siete años después ya no queda casi nada.
Nos encontramos en esta película con un gran director, con unos actores espléndidos, sobre todo Kate Winslet y Leonardo di Caprio, qué fuerza, qué gesto, sobrio, justo, el de este actor, que va mejorando en cada película. Y lo mismo la actriz, fuerza, magnetismo, autenticidad. Un placer disfrutar de esta pareja pues ambos saben trasmitirnos la complejidad de los personajes que interpretan. La película está basada en una novela de 1961, Via Revolucionaria, del novelista estadounidense Richard Yates, es de suponer que el éxito de la película lo rescatará del olvido.