Damien Chazelle. Categoría: Película. |
Además de guerras de las galaxias, peces y animales domésticos de animación, superhéroes de cómic y libros de la selva, una de las grandes sensaciones cinematográficas del 2016 fue el homenaje al musical clásico dirigido por Damien Chazelle. Una historia protagonizada por un pianista que quiere abrir su propio club de jazz y una aspirante a actriz que se conocen, se enamoran y…, en fin, eso es lo de menos. Como suele ocurrir en el cine de evasión, y especialmente en los musicales, la trama es una cuestión secundaria. Lo esencial es cómo está contada y los números musicales que disfrutamos entre tanto.
Película sencilla, encantadora y fascinante en más de un pasaje, La La Land acaba sin embargo por resultar un tanto irregular debido a una segunda mitad que no está a la altura de la primera. Era difícil, todo hay que decirlo, porque el arranque es excelente. La introducción, un plano secuencia en una congestionada autopista de Los Angeles, es brillante. La música de Hurwitz es inspirada y memorable y Chazelle mueve la cámara con sorprendente soltura tratándose de un director sin experiencia en este tipo de musicales.
Empezar con tal fuerza es un acierto, pero uno corre el riesgo de que el resto ya no resulte tan llamativo, cosa que ocurre. Hay más números musicales bien resueltos, como el de la fiesta (suena Someone In The Crowd), el primer baile de los protagonistas (A Lovely Night) o el del planetario (Planetarium), pero a partir de ahí hay que esperar al epílogo, ese final alternativo de siete minutos, para disfrutar con una secuencia visualmente deslumbrante. El resto, incluyendo la historia de amor y las respectivas subtramas de cada uno de los protagonistas, resulta bastante menos interesante.
Es una pena, porque los pasajes musicales son los mejores de La La Land y uno echa de menos que no figuren bastante más en el metraje. Por supuesto, el Hollywood del siglo XXI ya no era esa fábrica de musicales en cadena que fue, por ejemplo, MGM en la era dorada. Ya no disponía de esa nómina de actores cantantes, bailarines, compositores o coreógrafos especializados en la materia que creaban continuamente escenas cada vez más sofisticadas. Los mismos actores protagonistas, Emma Stone y Ryan Gosling, están estupendos pero no son buenos cantantes o bailarines. Sabiendo eso, el atrevimiento y logros de Chazelle debían ser particularmente valorados.
De hecho, sus logros son muchos. Por lo pronto, el movimiento de la cámara es una maravilla en varias escenas. En las ya mencionadas apertura y primera fiesta, por supuesto, pero también en la actuación de John Legend. Y luego está, por supuesto, el fragmento en el que el personaje de Gosling toca el piano en un club de jazz mientras el de Stone baile entre el público. Ahí Chazelle consigue que la cámara baile con los personajes, que sea un elemento musical más. Los movimientos de cámara siguen a las frases musicales como si formaran parte del arreglo de la pieza jazzística.
Es admirable que en el 2016 Damien Chazelle se atreviese con un musical de estética clásica. Su mérito, el de los productores y el de todo el equipo es enorme. Pero eso no cambia que su revisión del género se quede lejos de sus ilustres predecesores clásicos, tanto los estadounidenses como los franceses -las cintas de Jacques Demy en los 60 con música de Michel LeGrand-.