Jon Favreau. Categoría: Película. |
Esta nueva versión de El rey león (1994) es la película que, no sin polémica, Disney intentó presentar como no animada. Era un intento, un tanto optimista en mi opinión, de optar a categorías de los Oscar que rara vez incluyen producciones de animación, entre ellos la de mejor largometraje, que hasta entonces solo habían logrado tres propuestas –La bella y la bestia (1991), Up (2009) y Toy Story 3 (2010)-. Otra cosa es que, al presentarla así, se menospreciase el trabajo de cientos de animadores.
También es la que, gracias a la popularidad de la original, se convirtió en la película de animación con mayor recaudación global, pues superó ampliamente la acumulada por Frozen: El reino del hielo (2013). Claramente, había interés por ver una nueva versión del clásico de Disney, así que los ejecutivos acertaron con su apuesta comercial.
No obstante, desde un punto de vista artístico, que es el aspecto que más me importa, el resultado es poco interesante. Por resumir, diré que los mejores momentos estaban ya en la dirigida por Roger Allers y Rob Minkoff. Las escenas clave, como la introducción y la estampida, están prácticamente calcadas, incluso con planos idénticos. Las canciones más populares también están presentes, solo que con las nuevas interpretaciones. A eso se suma media hora extra que nada añade y, por tanto, resta.
Jon Favreau es un eficaz director que ya sacó adelante el más claro precedente de este film, la versión del 2016 de otro clásico animado de Disney, El libro de la selva, pero su labor aquí es poco valiosa más allá de no arruinar lo que ya funcionaba.
Por otra parte, los cambios de tono no me parecen un acierto y creo que caen en el prejuicio de que el drama es superior a la comedia. Aquí los momentos divertidos del original están reducidos al mínimo y los pasajes dramáticos son mayoría, con profusión de escenas oscuras y un clímax más cercano al cine de acción de desastres que a una propuesta animada apta para todos los públicos. Por supuesto, aderezado con toques de melodrama, para que parezca más importante todo.
Me ocupo ahora de la animación. Vaya por delante que me parece ridículo que un estudio rehaga en 3D una película en 2D si su intención es cambiar lo menos posible para mantener lo que funcionó en la original. Obviamente, no lo hizo porque pensaba que era artísticamente interesante, sino por los beneficios que efectivamente obtuvo, pero si esa tendencia se impone, apañados estamos. Sería ya el colmo del riesgo mínimo y de la tendencia de Hollywood de repetir los éxitos una y otra vez.
Dicho esto, ese es solo uno de los problemas. Al optar por un 3D fotorrealista, en el que el objetivo principal es que los animales parezcan reales -de ahí lo de venderla como una película no animada-, sus movimientos deben ser igualmente realistas. No es solo una cuestión estética: afecta también al comportamiento de los personajes. Siendo así, choca entonces que hablen. Ocurre lo mismo que con los protagonistas de Dinosaurio (2000), el primer intento de fotorrealismo en 3D de Disney, donde buena parte del encanto se perdía tan pronto abrían la boca. Claro que eso no es nada comparado con que representen una versión salvaje de Hamlet. Tal cosa se aceptaba bien en animales con aspecto de dibujo animado, pero no tanto cuando los leones parecen sacados de un documental de naturaleza.
En fin, aceptemos la convención de que los animales hablen y protagonicen un drama shakesperiano. Tampoco entonces acaban los aspectos que chirrían. Como ahora Simba es un león realista y Timón y Pumba son a su vez un suricato y un jabalí que parecen de verdad, cuando cantan clásicos como ‘Voy a ser el rey león’ (I Just Can’t Wait to Be King) o ‘Hakuna matata’, tenemos canciones cómicas que exigen una puesta en escena llamativa, al estilo de un musical de Broadway: como en el original, claro. Aquí, en cambio, vemos números musicales necesariamente contenidos, así que chocan las joviales canciones con el realismo de sus intérpretes. Son solo dos ejemplos particularmente notorios de los problemas de tono, no los únicos.
Ahora bien, reconozco que el resultado obtenido con la animación 3D fotorrealista es un espectáculo y que figuran numerosas imágenes bellas. Es admirable el progreso tecnológico y lo conseguido en poco más de dos décadas de largometrajes enteramente realizados con ordenadores -desde Toy Story (1995)-. Es justamente al comprobar las enormes posibilidades tecnológicas de la técnica cuando a uno le parece tan decepcionante que se emplee para rehacer una película que ya está muy bien. Es un uso muy empobrecedor y limitante.