Lou Bunin, Dallas Bower y Marc Maurette. Categoría: Película. |
Dos años antes de que Disney estrenase Alicia en el país de las maravillas (1951), Francia y Reino Unido coprodujeron esta primera adaptación animada de la popular obra de Lewis Carroll. Claramente inferior en todos los aspectos a la de dibujos animados, fue también bastante menos exitosa. En parte porque no era visualmente tan atractiva, en parte porque Walt Disney se encargó de dificultar el estreno de la versión británica en Estados Unidos para que no hiciese sombra a su producción. Claro que peor suerte corrió en el Reino Unido, pues como el personaje de la reina de corazones se juzgó excesivamente parecido a la reina Victoria, no se pudo ver en salas británicas hasta los 80.
La reseñada aquí es la versión francesa, la única que he visto, de modo que desconozco si la británica mejora algún aspecto. La que nos ocupa es terriblemente irregular y un tanto decepcionante. Las partes no animadas de Alice au pays des merveilles, sobre todo el innecesariamente largo prólogo, están rodadas sin brillo alguno, de modo que personajes, diálogos y situaciones resultan acartonadas.
Una vez entra en acción el stop motion con la aparición del conejo blanco, la cosa mejora, pero solo un poco. Lou Bunin se encargó de la animación, aunque según las fuentes, quien diseñó los muñecos fue él mismo o Jacques Le’Coz -que es quien figura en los créditos de la copia francesa que he visto-. Fuese quien fuese, estas criaturas son de lo mejor de la función. Tratan de imitar las ilustraciones de John Tenniel para la novela, pero sea por una elección deliberada o por una falta de pericia, su caricatura extrema y fealdad las convierte en deliciosamente grotescas.
Esos muñecos están bien animados e incluso figuran ambiciosas escenas con multitud de personajes en las que nunca ocurre que la mayor parte permanezcan estáticos. No es que sea una animación muy sofisticada, pero sabiendo que fue realizada con solo tres animadores y dos asistentes el resultado es admirable.
Otra cuestión muy distinta es que la convivencia de muñecos de stop motion y la actriz que interpreta a Alicia, Carol Marsh, es muy rudimentaria. Son muy pocos los planos en los figuran ambos elementos, pues cuando tal cosa ocurre se nota que la actriz y los seres animados no pertenecen al mismo universo visual.
Pero aún peor es cuando vemos a Alicia interactuar con las criaturas fantásticas, pues ahí la propuesta es directamente risible. Ocurre por ejemplo que un personaje aparece en su versión animada y acto seguido Carol Marsh está con una marioneta de tamaño humano que se supone que es el personaje anterior, pero cualquier parecido es pura coincidencia. En ese sentido, está menos conseguido que el primer largometraje que mezcló actores de carne y hueso con stop motion, el soviético El nuevo Gulliver (1935), dirigido por Aleksandr Ptushko.
En general, todos los retos visuales necesarios para reproducir los elementos fantásticos de la novela están resueltos de manera un tanto rudimentaria. Los efectos especiales son poco hábiles y dificultan enormemente que nos creamos ese mundo de ficción.
Solo aconsejable para estudiosos de la animación, interesados en el stop motion y entusiastas de la obra de Lewis Carroll.