Kirio Urayama. Categoría: Película. |
Taro, el niño dragón es de los pocos films de animación japoneses previos a 1980 que alcanzaron una notable popularidad internacional. Ignoro si en España se estrenó en cines, pero sí se emitió en la cadena pública. Además de al español, por cierto, se dobló también al catalán, de modo que existen copias en ambos idiomas, circunstancia que debió de favorecer su difusión durante los 80. No obstante, la principal razón de su relativa popularidad actual es que en los créditos, como autor del concepto, figura Isao Takahata.
Antes de fundar Studio Ghibli junto a Hayao Miyazaki, los dos maestros de la animación iniciaron su trayectoria profesional en Toei Animation, estudio que abandonaron en 1971. Eso es ocho años antes del estreno de esta película, pero se ve que Takahata había dejado escrito el tratamiento.
Dado el fenómeno internacional de Studio Ghibli tras los éxitos de La princesa Mononoke (1997) y, sobre todo, El viaje de Chihiro (2001), fueron muchos los amantes del anime que empezaron a buscar todas las obras en los que hubieran trabajado sus dos principales artífices, Miyazaki y Takahata, de ahí que Taro, el niño dragón recibiese una renovada atención en el siglo XXI.
Y bien está que así sea, pues aunque no se puede comparar con las grandes producciones de Studio Ghibli ni tampoco con las obras maestras de Isao Takahata, La tumba de las luciérnagas (1988) y Recuerdos del ayer (1991), es una singular propuesta que merece una oportunidad.
Basada en la novela de Miyoko Matsutani, que a su vez adapta un relato folclórico japonés, capta muy bien esa cualidad atemporal de la fuente, porque los fondos recuerdan a acuarelas tradicionales de Japón. Proponen unos tonos predominantemente azules u oscuros que rara vez se ven en propuestas aptas para la infancia. También el aspecto de los demonios u otros seres sobrenaturales, como el tengu o los espíritus, parecen surgidos de las pinturas de Kawanabe Kyōsai, por ejemplo.
El diseño del resto de personajes es también un acierto, especialmente Taro, el protagonista, la adorable Aya o los muchos animales, reales o no, que pueblan la ficción, el magnífico dragón incluido. Por cierto, para tratarse de un film pensado también para público infantil, es grato comprobar que en el Japón de finales de los 70 no eran tan mojigatos, de modo que a Taro se le ve el pene cuando se pone a hacer piruetas y vemos las tetas de un par de mujeres.
Los aspectos más endebles del largometraje son su irregulares animación y guion. El primero, porque incluye más pasajes de animación reducida de los que serían deseables, así que aunque fondos y diseños sean estupendos, el movimiento no siempre está a la altura. El segundo, porque a pesar de incluir fragmentos imaginativos, sorprendentes o muy entretenidos, la estructura está un tanto deslavazada y los personajes aparecen y desaparecen de la trama sin ton ni son, según les convenga a los guionistas.
De todos modos, nada de eso arruina el disfrute de una película entretenida, ocurrente y peculiar.