Carlos Santa. Categoría: Película. |
En la era de la hegemonía del 3D en la vertiente comercial de la animación, fue una gozada que Carlos Santa crease una propuesta tan analógica, experimental y, por tanto, alejada de la concepción industrial de la animación, como Los extraños presagios de León Prozak. Esa cuestión, la relación entre arte e industria, entre arte y mercantilismo, es precisamente uno de los asuntos tratados en el film.
La película es, entre otros niveles de lectura, una reinterpretación del Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, solo que con un Mefistófeles moderno: no ofrece juventud y conocimiento, sino dinero y popularidad. Lo que busca no es el alma, sino alquilar la cabeza de un artista para crear números circenses, todo con el propósito de sacar rendimiento económico, naturalmente. En un momento dado asegura que le parece una gran idea la muerte del artista para llamar la atención del público. Ese demonio contemporáneo sería la cara oscura de la industria, una suerte de empresario artístico que busca el beneficio económico a toda costa.
Carlos Santa articula ese discurso a través de un diálogo entre los dos personajes centrales, Mefisto y Prozak, el intelectual dispuesto a alquilar su cabeza. Un diálogo frecuentemente absurdo o surrealista, fragmento, aparentemente inconexo, en el que casi cada réplica parece encerrar dobles sentidos o ser una metáfora. De hecho, incluye frases como “me gusta eso de hacer lo primero que te viene a la cabeza” o “no se trata de nada, no tiene tema”, que dan la impresión de comentar el enfoque artístico del largometraje -o lo que algunos espectadores pensarán al verlo-.
Porque Los extraños presagios de León Prozak posee dos inusuales características. La primera es que Carlos Santa colaboró con numerosos artistas -19 he contado en los créditos finales-, cada uno de los cuales realizó un fragmento del film. También participaron más de una veintena de animadores, así que se trata de un proyecto colaborativo que reúne multitud de estéticas, desde las más realistas a las más expresionistas, además de varios pasajes abstractos. Hay también fragmentos de corte político y comprometido -como los que denuncian las desapariciones-, fantásticos, eróticos, más o menos experimentales… En fin, prácticamente tantos estilos y tonos como artistas implicados.
La segunda es la mezcla de técnicas de animación, porque salvo 3D por ordenador o captura de movimiento, no falta ninguna. Hay incluso pasajes realizados con técnicas tan poco habituales como la animación con arena, dibujo directamente sobre los fotogramas, pintura sobre vidrio, tiza sobre tablero, pintura sobre cuerpo humano… En fin, es un catálogo de las infinitas posibilidades del medio que ilustra su diversidad, otro aspecto muy bienvenido dada la uniformización a la que tiende la industria.
Carlos Santa logra dar coherencia a tan ecléctica propuesta con una estructura circular que se apoya en el leitmotiv visual y narrativo: los dos protagonistas caminan por un pasillo y acaban por abrir una puerta. Una vez abierta continúa la explosión de creatividad e imaginación que caracteriza el film y que tan estimulante resulta. En ciertos aspectos, es como un cadáver exquisito en versión animada y de una hora de duración.
A quien disfrute con esta obra seguramente le gustará saber que Carlos Santa retomó el procedimiento colaborativo y la mezcla de técnicas en su siguiente largometraje, Relatos de reconciliación (2019), dirigido junto a Rubén Monroy, que es igualmente muy recomendable.