Ari Folman. Categoría: Película. |
Ari Folman combatió con el ejército israelí en la Primera Guerra del Líbano, en 1982. Tenía solo 19 años. Este es el film con el que emprendió la dolorosa tarea de recordar, más de dos décadas después, lo que allí vivió.
El film comienza con una terrible pesadilla en la que 26 amenazantes perros acuden a matar a un hombre. Esa pesadilla se la cuenta a Folman un amigo suyo, el hombre que la padece de manera recurrente desde hace un par de años. Pronto descubrimos el porqué. Durante las incursiones en pueblos libaneses, el ejército mataba a los perros que ladraban a su llegada, pues alertaban a los posibles terroristas. Su amigo era el encargado de dispararles. Se lo habían ordenado dado que era incapaz de matar a seres humanos. Décadas después, aún recuerda que tuvo que matar a 26 perros.
Esa pesadilla provoca que Ari Folman se pregunte por qué él no recuerda apenas nada de la guerra, cómo es posible que no le haya dejado, aparentemente, ninguna secuela psicológica. De esa reflexión nace Vals con Bashir, un recorrido de introspección, a medio camino entre la ficción y el documental.
El film es un complejo estudio de cómo funciona la memoria. Se interroga sobre qué recordamos, cómo lo recordamos y, sobre todo, por qué olvidamos algunas vivencias por un mecanismo de protección, para poder seguir adelante. Incluye varias escenas en las que se entrevista con un psicólogo que le ayuda a comprender lo que le está ocurriendo y los sentimientos que esos recuerdos le provocan. Y ahora está bien saber que el director fue uno de los guionistas de BeTipul (2005), la apreciada serie israelí en la que se basó HBO para crear En terapia (In Treatment).
Para recrear los relatos bélicos que sus amigos, excombatientes y periodistas le cuentan, el cineasta recurrió a la animación como medio. Una valiente decisión que se explica, en parte, por la imposibilidad de reproducir esas escenas en escenarios reales, puesto que, además, hubiera sido necesario un presupuesto enorme.
La decisión, no obstante, revela también la búsqueda de una estética muy particular y de una puesta en escena que hubiera sido muy compleja de lograr con un rodaje convencional. Pienso, por ejemplo, en el leitmotiv que ilustra el cartel, de gran fuerza visual. También, en el vals al que alude al título, una de las más memorables escenas de la primera década del siglo XXI. Pienso igualmente en los veloces movimientos de cámara sobre grandes superficies, que no parecen factibles ni con el recurso a un dron.
Son estas escenas, que logran encontrar belleza en medio del terror, las que alejan Vals con Bashir de la mera reconstrucción documental, aunque tampoco renuncie al lenguaje tradicional del documental, entrevistas a testigos incluidas. Finalmente, son esas escenas las que revelan una vez más la capacidad expresiva de la animación para relatar todo tipo de historias. También aquellas en las que, a priori, uno pensaría que se benefician de un enfoque lo más realista posible.
Aquí, recurrir a la animación no implica renunciar a nada de ese realismo. Máxime cuando fue realizada con una innovadora técnica que recuerda, por su aspecto, a la rotoscopia, pero que el estudio Bridgit Folman Film Gang desarrolló gracias a una hábil combinación de animación tradicional, Flash y tecnología 3D. Sin embargo, además de las ya mencionadas escenas bélicas, sí permite introducir imaginativas escenas oníricas, como la que protagoniza una mujer desnuda, una suerte de diosa del mar.
Finalmente, la música es otro acierto más. Las canciones de rock sitúan con eficacia la trama en el tiempo, mientras las composiciones clásicas o las creadas expresamente para la película por Max Richter adjetivan con eficacia algunos de los más líricos pasajes.
El film concluye con unos planos que suman al espectador en el horror, en los que acompañamos a Ari Folman cuando el recuerdo de lo ocurrido le golpea. Unos planos finales que dan paso a imágenes documentales que parecen sacadas de la más macabra de las pesadillas. Imágenes para no olvidar. Para que no olvidemos.