Paul Driessen. Categoría: Cortometraje. |
Paul Driessen ya había usado la fragmentación del plano en The End of the World in Four Seasons (1995), recurso que volvió a explorar aquí al echar mano de la pantalla partida para presentarnos a un niño con una imaginación particularmente fértil. En la parte izquierda del plano, vemos su vida. En la parte derecha, lo que se imagina a partir de esos acontecimientos. El mecanismo queda claro porque puntualmente en las dos partes vemos lo mismo, hasta que de pronto el lado derecho adopta una paleta de colores distinta y se sumerge en un mundo de fantasía.
Naturalmente, Driessen podría haber optado por alterna aquello que ocurre realmente en la lógica de la ficción, y aquello que el niño se imagina. Eso es lo habitual en el cine. Sin embargo, al mostrar las dos acciones simultáneas, apreciamos hasta qué punto aquello que vive influye en sus fantasías, dado que los elementos de la ‘realidad’ suelen tener su réplica en sus imaginaciones. Es una lúcida manera de evidenciar hasta qué punto la imaginación humana parte del entorno o de lo que conoce.
[En adelante, comento el desenlace, así que, si aún no has visto el corto, puedes hacerlo en la web del National Film Board of Canada].
Sin embargo, donde mejor se aprecia la fuerza narrativa de ese recurso es en el emotivo y poderoso desenlace. El título, The Boy Who Saw the Iceberg, se refiere al hundimiento del Titanic, y el niño que ve ese fatídico iceberg es el protagonista del corto. Driessen recurre a la imaginación hasta en dos ocasiones en esa parte final. Primero para ilustrar cómo vive el niño el peligroso acercamiento del bloque de hielo, cuestión que resulta divertida y a la vez inquietante.
Luego, el director propone una brillante elipsis, con el transatlántico ya hundido, y mientras en la parte izquierda solo vemos el océano y algunas burbujas que llegan a la superficie -¡qué gran economía de medios, no hace falta más para saber qué ha ocurrido!-, en la parte derecha vemos una imaginación del niño, que añora la rutina de los despertares para ir al colegio que antes detestaba.
Es en ese fragmento, cuando realidad e imaginación han perdido toda conexión, donde la estrategia narrativa de Paul Driessen se revela como especialmente acertada, aunque sea a costa de sumirnos en una profunda tristeza.