Alfred Werker, Hamilton Luske, Jack Cutting, Ub Iwerks y Jack Kinney. Categoría: Película, Antología. |
Disney se ha caracterizado siempre por ser una compañía maestra en la autopromoción. El dragón chiflado es el primer ejemplo de producto concebido, sobre todo, para publicitar el estudio. Se trata esencialmente de una visita por las instalaciones que Walt Disney Studios había recientemente estrenado en Burbank, California, que aprovecha para mostrarnos el grado de sofisticación logrado menos de dos décadas después de su fundación.
La premisa es sencilla: Robert Benchley, cómico radiofónico que se interpreta a sí mismo, acude al estudio para proponerle una idea a Walt Disney, una historia sobre un dragón reticente a combatir. Por supuesto, en lugar de acudir directamente a la cita, pierde voluntariamente de vista al guía que le lleva hasta el mandamás y se mete en una de las muchas salas del complejo.
Durante su improvisada visita, aprovechan para enseñarnos las clases de dibujo; una breve sesión de grabación de voz en la que participa Clarence Nash (Donald Duck); los departamentos de efectos de sonido, coloreado, maquetas y story boards; la sala de cámaras y animadores (en la que trabajan Ward Kimball, Fred Moore y Norm Ferguson); y, finalmente, la sala de proyecciones en las que Benchley conoce finalmente a Walt Disney.
En ese tour por el estudio, asistimos a una simpática ficción que, bajo la apariencia de un documental, muestra el proceso de confección de la animación, un proceso que por entonces estaba ya a medio camino entre la artesanía y la producción industrial, como si se tratase de una suerte de cadena de montaje. Para quienes quieran saber cómo se creaban los dibujos animados a principios de los 40 será un visionado muy interesante. Para los demás, me temo que no tanto.
Entre los atractivos de esas partes pseudo-documentales destaca la realización de los efectos de sonido del corto Casey Junior, uno de los personajes de Dumbo (1941); un anticipo en color de Bambi (1942); las maquetas de muchos de los personajes de las primeras películas de Disney, como Pinocho (1940), Fantasia (1940), Peter Pan (1953) y La dama y el vagabundo (1955); y, por supuesto, ver a varios de los talentosos animadores en acción. Si a uno le apasiona la animación, solo por esas escenas ya merece la pena la película.
Por supuesto, para completar el film y justificar su existencia más allá de la autopromoción, El dragón chiflado incluye varios cortometrajes. El primero y más logrado con diferencia es Baby Weems, que también es el mejor integrado en la trama. Robert Benchley ha entrado en la sala de story boards y allí varios de los empleados le presentan una historia plasmada en varios folios. El corto se desarrolla casi enteramente a partir de esas imágenes estáticas, sin apenas animación, pero los dibujos son tan buenos y tan expresivos que no es necesario el movimiento para que disfrutamos de la que, por lo demás, es una ingeniosa y divertida historia.
How to Ride a Horse, protagonizado por Goofy, es una delicia en lo que respecta a la animación pero su guion, aun con algún que otro toque cómico, no es particularmente memorable. Finalmente, el corto que da nombre al largometraje es una divertida adaptación del libro homónimo de Kenneth Grahame sobre un tímido y nada violento dragón que acepta a regañadientes combatir contra un caballero.