Isao Takahata. Categoría: Película. |
Mis vecinos los Yamada fue la cuarta película dirigida por Isao Takahata para Studio Ghibli, tras las dos obras maestras La tumba de las luciérnagas (1988) y Recuerdos del ayer (1991) y la también excelente Pom Poko (1994). Como su compañero de estudio Hayao Miyazaki, había además logrado algo que rara vez ocurre: que el interés artístico de la propuesta no estuviese reñido con un buen resultado comercial, pues las tres cintas habían sido un éxito -las dos últimas, de hecho, fueron las más vistas en Japón en sus respectivos años de estreno-. Tristemente, no ocurrió lo mismo con la obra que nos ocupa, que fue un fracaso en taquilla.
El público, acostumbrado a la estética habitual del estudio, no recibió nada bien el enfoque experimental y vanguardista del film. Aquí Takahata no repitió el aspecto preciosista, detallado y realista de sus anteriores trabajos, pues al adaptar el popular manga Nono-chan de Hisaichi Ishii, quiso que visualmente fuese una experiencia muy similar a la de estar leyendo las páginas del cómic. Además, prefirió que la estética imitase la pintura con acuarela, no la tradicional de la animación con ‘cels’, cosa que consiguió, aunque fuese a costar de recurrir al coloreado digital. Fue, por cierto, la primera producción de Studio Ghibli coloreada enteramente por ordenador, cosa que choca con su aspecto artesanal.
Esas decisiones favorecen que la película parezca una sucesión de acuarelas realizadas rápidamente, en las que solo los personajes principales están dibujados con cierto detalle. El resto, fondos y otras personas, o son omitidos, o son trazados de manera muy simple. Por ejemplo, si uno de los protagonistas va en metro, solo se distinguen sus facciones, pues los demás seres humanos son solo formas redondeadas sin rasgos. Además, la paleta de colores en tonos pastel nada tiene que ver con la filmografía anterior de Takahata, cuestión que refuerza la sorpresa durante los primeros minutos.
Por otra parte, quizá porque quería jugar con los códigos de un cómic y ver cómo podían ser adaptados al cine de la manera más fiel posible, la animación se contagia de la sencilla estética y, en muchos planos, es limitada. Cuando la escena lo requiere puede ser tan exquisita y precisa como en las mejores obras del estudio, pero en la mayoría opta por una animación reducida en la que, por ejemplo, mientras un personaje habla, el resto permanecen estáticos. También ocurre que, al finalizar una acción, varios personajes pueden seguir inmóviles durante unos segundos antes de pasar a la siguiente escena. Ese enfoque sencillo, por cierto, permitió que, por primera vez en la filmografía de Studio Ghibli, no tuviese que recurrir a otros estudios para labores de apoyo o para realizar las interpolaciones.
La sencillez es uno de los aspectos visuales más llamativos y que más contrastan con el Takahata anterior, pero no es el único. La otra opción destacada del director fue que la animación imitase el comportamiento de los personajes de dibujos animados o de cómic. Por ejemplo: un personaje dice algo que no gusta al resto y en el siguiente plano vemos cómo todos le persiguen por la calle. Otro: una persecución en el interior del domicilio en el que la casa parece medir cientos de metros y el pasillo ser infinito. Otro más: alguien dice algo chocante y el otro personaje cae desplomado al suelo de la impresión o disgusto. Nada que ver con la animación tan realista de La tumba de las luciérnagas o Recuerdos del ayer.
En cambio, esa sencillez y minimalismo estético no está reñida con la imaginación visual que Takahata ya desplegó en Pom Poko. Aquí figura una brillante secuencia que resume los primeros años de matrimonio de la pareja protagonista, desde su boda hasta el nacimiento de sus dos hijos. Secuencia que incluye una bella idea que retomó en El cuento de la princesa Kaguya (2013). Hay otros muchos ejemplos de imaginativo tratamiento de la animación, como en la hilarante escena del mando a distancia que acaba con un tango o la fantasía del padre como justiciero enmascarado.
Que Mis vecinos los Yamada fuese un fracaso en taquilla no se debió únicamente a su chocante estética. Ni siquiera estoy seguro de que sea el principal motivo. Ocurre que también propone una narración episódica. En lugar de desarrollar una sola trama con la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace, está construida a base de breves viñetas, como si fueran tiras cómicas animadas. Esos episodios están introducidos con un título escrito en pantalla y a menudo acompañados por versos que aluden, aunque sea de manera muy amplia, a las situaciones planteadas.
Además, muchas de esas viñetas son escenas de la vida cotidiana en las que no sucede nada excepcional. Son pequeñas muestras de cotidianeidad, anécdotas mínimas de una familia que, a priori, o aparentemente, no parece particularmente interesante. Que, con ese material, logre Takahata profundizar en eso tan completo llamado ‘relaciones humanas’ y mostrar a una familia en la que se reflejan otras muchas es otro de los muchos aciertos de la cinta.
Lástima que una propuesta tan personal, experimental y, en ciertos aspectos, innovadora como Mis vecinos los Yamada despertara tan poco interés entre el público de la época -¡incluso entre el japonés, tan entusiasta con la animación menos convencional!-. Sería una pena que su fracaso en taquilla pudiese ser lo que llevó a su director a no volver a emprender un proyecto de largometraje hasta El cuento de la princesa Kaguya, su último trabajo como director, penúltimo si contamos su producción artística en La tortuga roja (2016).