Chris Buck y Kevin Lima. Categoría: Película. |
Tras adaptar a Victor Hugo en El jorobado de Notre Dame (1996), Disney se fijó en otro clásico de la literatura, Tarzán de los monos (1912), escrito por Edgar Rice Burroughs, así que mantuvo la tradición de adaptaciones literarias del estudio que tan buenos resultados le había dado desde Blancanieves y los siete enanitos (1937) y que fue también la fuente preferida durante el periodo de renacimiento.
Una etapa, la del renacimiento de Disney, que comienza con La sirenita (1989) y acaba justamente con Tarzán, aunque yo siempre he creído que se podría incluir también Fantasía 2000: a pesar de que esta última no cumple el requisito de haber sido un éxito en taquilla, sí es artísticamente estimulante y está conectada con la era clásica de la compañía.
La dirigida por el debutante Chris Buck y Kevin Lima -cuya experiencia como director se limitaba a la bastante menos popular Goofy e hijo (1995)-, pertenece en efecto a un periodo en el que Disney estaba en plena forma artística y, animado por los continuos éxitos comerciales, se atrevía con producciones especialmente ambiciosas. Esta costó 130 millones de Dólares, la cifra más alta por entonces para un largometraje animado –Mulán (1998), el anterior, tuvo un presupuesto de 90 millones-.
Ese despliegue de medios se nota, por ejemplo, en las espectaculares escenas en las que vemos al protagonista saltando de liana en liana -cómo no- o desplazándose por las ramas de los árboles como si fuera sobre una tabla de surf o un skate. Escenas que funcionan muy bien por la sensación de velocidad lograda por el experto equipo de animadores y por la impresión de profundidad de campo que aportó el empleo del software Deep Canvas.
Disney llevaba usando ordenadores desde Tarón y el caldero mágico (1985), se empezaron a notar de manera considerable en Los rescatadores en Cangurolandia (1990) y fueron inteligentemente empleados para las escenas de multitudes de El jorobado de Notre Dame y Mulán. Aquí dieron un paso más al crear fondos en 3D pero con el aspecto de la animación tradicional, técnica que, en vista de los buenos resultados, fue retomada en Atlantis: El imperio perdido (2001) y El planeta del tesoro (2002) -dos de las últimas películas en 2D de Disney antes de pasarse definitivamente al 3D-.
Para terminar con la parte estética, es muy apreciable el diseño de Tarzán y lo convincentes que son sus movimientos, a medio camino entre los de un humano y un animal: aspecto que ilustra bien el conflicto del personaje, que se sabe distinto de los gorilas pero también de los humanos con los que de pronto se topa. También hay escenas que recuperan el slapstick de la era dorada de la compañía -la escena del lago, por ejemplo, cuando es confundido con una piraña- y pasajes de trepidante acción -como la estampida de elefantes o el clímax-.
La historia, en cambio, no es tan interesante como la parte visual. Que simplifique el relato original es comprensible, se trata al fin y al cabo de una producción que quería llevar a público infantil al cine y es lo habitual en Disney. Sin embargo, el texto de Burroughs se queda tan esquematizado que, más allá de las mínimas reflexiones sobre la identidad de Tarzán, prácticamente todo se reduce al romance con Jane. Curiosamente, las escenas más memorables son aquellas añadidas a la trama, más decorativas que otra cosa, como el surf por los árboles o la rítmica canción de los animales con los objetos encontrados en el campamento de los humanos.
Por otra parte, que Tarzán lleve un taparrabos a pesar de vivir en la naturaleza junto a otros animales es un tanto ridículo. Pero bien, admitamos que es una convención de las adaptaciones cinematográficas del personaje y que no iba a ser precisamente Disney quien la cambiase. La valentía de Michel Ocelot en Kirikú y la bruja (1998) sigue siendo una excepción.
Nota: la escena de la canción rítmica incluye un guiño a los personajes-vajilla de La bella y la bestia (1991).