Michael Arias. Categoría: Película. |
Tekkonkinkreet (2006) es la adaptación del manga homónimo escrito y dibujado por Taiyo Matsumoto, editado en tres volúmenes entre 1993 y 1994 en la revista Big Comic Spirits. Es una de las propuestas visuales más atrevidas e inusuales del siglo XXI y solo por cómo ilustra la ciudad en la que transcurre la acción ya merece la pena verla. Es más, los estudiantes de animación, los directores de arte y los dibujantes especialistas en fondos seguramente quieran estudiar su diseño porque es fascinante. Sé que suena a lugar común afirmar que la ciudad es un personaje más, pero es que en este caso es claramente uno de los protagonistas.
Desde un punto de vista narrativo también es enormemente rico, pero en ese apartado hay más de un exceso, sobre todo en la parte final. Esos excesos impiden que sea una película redonda, pero a cambio favorecen que sea aún más personal. La secuencia del retorcido parque de atracciones, por ejemplo, es un grandioso espectáculo con una memorable batalla, pero también es el punto de partida de una de las derivas argumentales más discutibles.
Aunque la estética es la parte más llamativa, el guion es interesante y plantea muchas cuestiones sobre la sociedad occidental contemporánea, como la transformación de las urbes, el poder de la mafia -los yakuza en este caso-, la violencia como forma de vida, etc… Es un guion rico en simbolismos, empezando por los nombres de los huérfanos protagonistas: Negro y su hermano pequeño, Blanco -nombres que están ya en el manga-.
En algunos aspectos, Tekkonkinkreet funciona como un cuento de hadas postmoderno, en el sentido de que hay un punto de vista moral reflejado en la dualidad de esos hermanos, de tal modo que Blanco, cómo no, es la esperanza, la ingenuidad, la felicidad; mientras Negro es la pérdida de la inocencia, el que tiene que convivir con una sociedad enferma. Leído así imagino que suena un tanto simple, pero el guion de Anthony Weintraub y la dirección de Michael Arias nunca caen en esquematismo: basta fijarse en la relación triangular entre los huérfanos, la policía y el jefe de los yakuza.
Finalmente, aunque desde planteamientos narrativos bien diferenciados, tiene algunos puntos de conexión con la obra maestra que Satoshi Kon estrenó ese mismo año, Paprika (2006). Ambas desarrollan un complejo entramado visual y, en más de un pasaje, favorecen que el espectador no sepa muy bien si lo que está viendo sucede en la realidad del relato o si se trata de una ensoñación.