Tomm Moore y Nora Twomey. Categoría: Película. |
El secreto del libro de Kells fue la asombrosa presentación internacional, en el terreno del largometraje, del que desde entonces es uno de los estudios más apreciados entre los amantes de la animación: Cartoon Saloon. Así de convincente fue la primera película de la compañía irlandesa, porque instantáneamente alcanzó el estatus de esencial, al menos en la industria europea.
Ahora sabemos que estaba en muy buenas manos, porque la dirigieron Tomm Moore, que volvió a impresionar con La canción del mar (2014) además de aportar uno de los segmentos de The Prophet (2014); y Nora Twomey, que confirmó su talento al debutar en solitario con la muy bien recibida El pan de la guerra (2017). Claro que en esa primera producción contó con un muy buen socio, Les Armateurs, la productora responsable de dos clásicos del cine de animación francés: Kirikú y la bruja (1998), dirigida por Michel Ocelot, y Bienvenidos a Belleville (2003), dirigida por Sylvain Chomet.
Jordi Sánchez-Navarro, en su recomendable libro La imaginación tangible (2020), al analizar Cartoon Saloon, escribe lo siguiente a propósito de este film: “sorprendente y bellísimo entramado de aventura mágica de crecimiento, cuento de hadas y mitología celta, reivindicación del arte medieval y de la belleza natural y cultura de Irlanda”. Una excelente descripción para una obra que, efectivamente, combina multitud de influencias en una propuesta visual heterogénea y deslumbrante.
Por suerte para nosotros, Tomm Moore desveló algunas de esas influencias: el uso de arte tradicional en El ladrón de Bagdad, el film inacabado de Richard Williams, y Mulán (1998), la producción de Disney dirigida por Tony Bancroft y Barry Cook; y las influencias internacionales y cinematográficas de Genndy Tartakovsky en la serie Samurai Jack.
Otra de las más evidentes es el arte medieval, del que toma: 1) su peculiar sentido de la perspectiva; 2) las proporciones alteradas para marcar la importancia de personajes y decorados -véase el enorme muro-; 3) personajes encuadrados como si fueran ilustraciones de un libro; 4) el uso de varios paneles, como en los trípticos que muestran varios momentos de un acontecimiento, que aquí se traduce en pantallas partidas en tres o hasta cuatro fragmentos, que van acogiendo la acción sucesivamente para crear así una sensación de narración con un solo plano.
Además, hay otros muchos recursos, que enriquecen aún más la parte visual. Pienso en el empleo de iconografía celta, como el nudo celta; en el estilizado y muy personal diseño de personajes; en las dinámicas animaciones que de pronto muestran la aparición de una manada de lobos o de hordas de vikingos enmascarados -sin rostro-; en las figuras geométricas; en los pasajes que imitan la estética de los dibujos con tiza… En fin, son tantas las soluciones visuales que no es posible nombrarlas todas.
Luego, la parte narrativa no siempre es tan satisfactoria. El personaje del abad está un tanto desdibujado -no pretende ser una broma-, el guion no explica apenas nada del contenido del libro, así que no sabemos por qué es tan importante completarlo, y el personaje más atractivo, el de la misteriosa criatura del bosque, nos deja con ganas de saber más de ella -cosa que, por otra parte, es una buena señal-. Pero nada de eso impide que sea una excelente película que solo por su estética ya maravillará a la mayor parte de amantes de la animación.
El secreto del libro de Kells dio la sorpresa al lograr una nominación a los Oscar como Mejor película de animación. No ganó pero, aunque suena a cliché, solo estar nominada ya fue un gran reconocimiento, pues lo consiguió en el año más exigente desde que existía la categoría: compitió con la ganadora, Up, del por entonces casi imbatible Pixar; Los mundos de Coraline, la maravilla de Henry Selick; Fantástico Sr. Fox, primera incursión en la animación del apreciado director Wes Anderson; y Tiana y el sapo, del cuasi legendario dúo Ron Clements y John Musker, que además supuso la vuelta a la animación 2D de Disney. Fue uno de esos años en los que cualquier ganadora hubiera sido merecedora de la estatuilla.
Por cierto, en los créditos leemos el nombre de Rémi Chayé como director asistente, el cineasta que años después debutó con la muy bien recibida El techo del mundo (2015) antes de ganar el Cristal al mejor largometraje en el Festival de Annecy 2020 con Calamity (2020).