Álex De La Iglesia. Categoría: Película. |
Balada triste de trompeta es el mejor film de Álex De La Iglesia desde El día de la bestia (1995), pero este es aún más personal, atrevido, salvaje y extremo. Es, junto a La comunidad (1999), su tercera obra redonda. El cineasta español es incapaz de entregar un largometraje flojo, pues incluso cuando el desenlace no respondía a las expectativas de sus siempre extraordinarios puntos de partida ―Muertos de risa (1998), 800 balas (2002)― mantenía el interés de principio a fin sin mayor problema.
En este caso, aplicando su máxima de hacer la película que quiere, que necesita, le salió una imprevisible, con un universo propio que no se parece a nada y que culmina su admirable crecimiento como director y guionista. Imaginad a los mutantes de su asombrosa ópera prima convertidos en payasos. A los retorcidos vecinos de La comunidad representados en una compañía de circo, y el contexto histórico de Muertos de risa integrado con más éxito en la trama. El resultado es esa barbaridad titulada Balada triste de trompeta, en la que el grado de locura y osadía está elevado al cuadrado.
Álex De La Iglesia es, ante todo, un excelente narrador con un privilegiado sentido de la puesta en escena. Cuenta historias con imágenes y aquí nos regala algunas de las más perturbadoras y potentes de una filmografía que se caracteriza precisamente por su imaginario visual. Sólo la secuencia inicial, “un payaso con un machete acojona”, es como para enmarcarla en la historia del cine. El film es, ante todo, una sucesión de imágenes que, o aterrorizan, o asombran, o dejan bocabierto, o las tres cosas a la vez.
Puntualmente nos hace reír, pero sabemos que muy posiblemente se nos congele rápidamente la sonrisa porque lo que sigue es un momento terrorífico. Por otra parte, es admirable cómo enmarca la historia en minúsculas (la ficción) en la historia en mayúsculas, que es la vivida por España desde la Guerra Civil hasta el asesinato de Carrero Blanco. No es sólo una excelente y nada obvia manera de contextualizar el film ―nunca la cruenta guerra se había contado así―, sino que no se entenderían las peripecias de los payasos protagonistas sin conocerla. Al fin y al cabo, Balada triste de trompeta es la historia de dos seres heridos que sólo pueden devolver al horror y la violencia que recibieron en la infancia. La de uno la conocemos, la del otro no es complicado imaginarla. Seguramente sea, ante todo, un homenaje a todos los que sufrieron las penurias de la guerra y la represión de la dictadura.
Posiblemente Álex De La Iglesia sea el director que mejor maneja las alturas ―y el vértigo que suelen provocar― desde Alfred Hitchcock. Aquí nos brinda otro trepidante desenlace que supera en adrenalina a la ya clásica locura de José María/ Santiago Segura colgado de una enorme publicidad de Schweppes en El día de la bestia, o a la lucha a vida y muerte de los personajes interpretados por Carmen Maura y Terele Pávez en las azoteas de Madrid en una de las últimas y más memorables secuencias de La comunidad. El escenario elegido en este caso, eso sí, es todavía más imprevisible, y su puesta en escena aún más brillante. Otra cosa es que los dos planos finales, ya a ras de suelo, sean un prodigio de lirismo e intensidad que ninguna acción en las alturas puede superar.
En cuanto a la música, el director volvió a contar con su compositor de cabecera, Roque Baños, que llevaba desde La comunidad encargándose de las bandas sonoras. Su talento es ya de sobra conocido y aquí muestra lo mejor y lo peor de su creación. Por un lado, su capacidad para dotar de una poderosa intensidad extra a las secuencias que lo requieren, con predilección por los pasajes de acción. Por otro, sus excesos melodramáticos en momentos que parecen demandar algo más de contención. Claro que eso quizá sea una petición de De La Iglesia o, al menos, una responsabilidad compartida.
No obstante, también aquí nos deja una pieza de brillante efectividad, la que acompaña a los sobresalientes títulos de créditos iniciales. Es una suerte de collage estilístico y sónico guiado por el estruendo de la percusión, que ya nos preparara para el que, a su vez, es un film que surge de la mezcla de géneros. Además, la elección de música diegética, que seguramente sea cosa del director, es espléndida, como siempre. Marisol interpretando Tengo el corazón contento es un acierto, pero el doble uso de La balada de la trompeta, cantada por Raphael, es maravilloso.