Gorô Miyazaki. Categoría: Película. |
Durante muchos años, parecía que El recuerdo de Marnie (2014) sería la última película realizada por Studio Ghibli, que por entonces era ya el más popular e internacional estudio de animación japonés. Sin embargo, hacia el 2018 supimos que el veterano Hayao Miyazaki estaba preparando un nuevo largometraje -a pesar de haber anunciado su retiro, por enésima vez, tras El viento se levanta (2013)-, así que al menos teníamos la esperanza de volver a disfrutar con el buen hacer de la compañía japonesa.
Sin embargo, el regreso de Studio Ghibli se produjo finalmente con otro proyecto del que tuvimos noticias solo meses antes de su estreno: Earwig y la bruja. Pues bien, como vuelta a la actividad de tan destacada compañía, fue una tremenda decepción. Cierto que fue realizado para emitirse en la televisión japonesa, pero ya en 1993 había estrenado un film para televisión, Puedo escuchar el mar, y sin ser un clásico esencial es una obra muy estimable. No ocurre lo mismo con el que nos ocupa, único de Studio Ghibli que no me parece recomendable.
Este proyecto incluye numerosos elementos para ser continuista en el seno de la filmografía del estudio. De la producción se encarga una vez más Tohio Suzuki; Hayao Miyazaki asume la planificación; adapta a Diana Wynne Jones -autora que ya fue la fuente de El castillo ambulante (2004)-; hay brujas en la trama, como en Nicky, la aprendiz de bruja (1989); la protagonista es una niña a la que los acontecimientos le obligarán a madurar rápidamente, como en buena parte de la obra de Studio Ghibli; dirige Gorô Miyazaki, cuyo anterior largometraje, La colina de las amapolas (2011), era una cinta típicamente Ghibli; y, finalmente, participa Keiko Niwa, uno de los guionistas habituales del estudio.
Siendo así, aún cuesta más comprender por qué Gorô decidió romper con el pasado al optar por una animación en ordenador y en 3D. Él mismo había recibido fuertes críticas por elegir la animación con ordenador, aunque fuese con apariencia de 2D, en la única serie producida por Studio Ghibli, Ronja, la hija del bandolero (2014), así que lo lógico es que se mantuviera alejado de los ordenadores en adelante. Además, Miyazaki padre había mencionado en alguna entrevista su intención de mantener el proceso de animación tradicional en el estudio, al que comparó con un barco velero.
En fin, el caso es que llegó finales del 2020 y se estrenó una película de Studio Ghibli en un 3D cuyo discutible aspecto se queda muy lejos de la seductora estética habitual en su filmografía. Tampoco la animación es la de las grandes ocasiones del estudio y se nota la falta de experiencia con el 3D. Particularmente flojos son los diseños de los personajes principales, aunque hay alguna escena puntualmente atractiva y en la casa en la que transcurre la acción se nota la atención al detalle que caracteriza a la compañía japonesa.
Esa poco convincente parte visual hubiera sido menos problemática de no ser porque la dirección de Gorô Miyazaki es desconcertante. No queda claro qué tipo de película quería hacer ni en qué deseaba poner el foco; los cambios de tono y de ritmo son continuos y están poco justificados; y, para colmo, desarrolla paralelamente varias líneas argumentales más o menos independientes que no culminan en nada: el desenlace posiblemente sea el más insatisfactorio de la historia de Studio Ghibli.