Gorô Miyazaki. Categoría: Película. |
Tras dos décadas de actividad, Cuentos de Terramar fue solo la cuarta película de Studio Ghibli no dirigida por Hayao Miyazaki o Isao Takahata, tras Puedo escuchar el mar (1993), Susurros del corazón (1995) y Haru en el reino de los gatos (2002). Además, como la primera fue producida para televisión, esta sería solo la tercera destinada a su exhibición en cines. Sin embargo, fue un caso muy particular, pues al ser Gorô Miyazaki uno de los hijos del gran cineasta que le dio su apellido, todo quedó en casa.
Para la mayoría de críticos y espectadores, esta obra fue una prueba más de que el talento no se hereda. Y claro, como hubiera sido asombroso que hubiese dos genios en la misma familia, se nota que quien está al frente no es uno de los maestros de la animación que, además, resulta ser un superdotado narrador. No fue por falta de ambición, eso sí, porque la propuesta es de notable complejidad argumental y, además, Gorô se propuso condensar las novelas tercera y cuarta de Ursula K. Le Guin ambientadas en el mundo de Terramar.
El aspecto menos satisfactorio de Cuentos de Terramar es el guion, escrito por Gorô junto a Keiko Niwa, justamente porque trata de abarcar mucho en menos de dos horas. En más de un pasaje, quienes no hemos leído las novelas nos preguntamos por qué está ocurriendo algo o cuáles son las motivaciones de personajes no muy bien definidos. También ocurre -pero ese es un mal común de muchas ficciones- que los personajes están justo en el momento adecuado en un lugar concreto porque le conviene a los guionistas, no porque la trama lo justifique claramente.
Por otra parte, en demasiadas ocasiones vemos a personajes hablando solos para verbalizar sus sentimientos o reflexiones, aunque ese, todo hay que decirlo, es un tic en el que ha caído más de una vez Hayao, así que nadie es perfecto. Que a pesar de los muchos acontecimientos resumidos y la duración de casi dos horas uno tenga la sensación de que tampoco es tanto lo contado y que no conocemos mucho mejor a los protagonistas que al inicio son dos claros síntomas de que hay fisuras en el guion.
Sin embargo, el Gorô Miyazaki director sí realizó un buen papel. Quizá no haya ninguna secuencia particularmente memorable en la que imprima su sello de autor o muestre un talento innato para la dirección, pero el conjunto mantiene el interés y posee un estimable control del ritmo, posiblemente el mayor desafío de un director novel. Visualmente incluye momentos espectaculares, aunque solo sea porque Studio Ghibli había alcanzado un nivel artístico altísimo por entonces. Como además la banda sonora de Tamiya Terashima es estupenda, el resultado final ofrece momentos de gran belleza.
Cuentos de Terramar palidece frente a las grandes películas del estudio, clásicos como La tumba de las luciérnagas (1988), Recuerdos del ayer (1991), La princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro (2001), pero sospecho que si no viéramos el famoso logo de Totoro al inicio del metraje no la juzgaríamos con la misma severidad y apreciaríamos más sus virtudes.