Mark Dindal. Categoría: Película. |
Tras la década de 1989-1999, el periodo de renacimiento que comenzó con La sirenita y concluyó con Tarzán, comenzó una década muy irregular en la que no estaba clara cual era la dirección que Disney quería tomar. En ese contexto llegó a los cines una rareza como El emperador y sus locuras, que es de las cintas más destacables de esa etapa.
Para comprender por qué los ejecutivos de la compañía dieron el visto bueno a una obra tan singular es conveniente saber que el proyecto nació en 1994 por iniciativa de Roger Allers, que por entonces Michael Eisner tenía en muy alta estima pues acababa de ser codirector de la más exitosa producción animada del estudio, El rey león (1994). La idea era que fuese un drama ambientado en la época de los Incas, de tono épico y aderezado con canciones de Sting.
En 1997 los primeros tests con público no dieron buenos resultados, así que los ejecutivos pidieron más elementos cómicos. Mark Dindal, cuya experiencia se limitaba al largometraje Los gatos no bailan (1997), se sumó al proyecto como codirector. Un año después, cuando estaba claro que no iba a ser terminado a tiempo para su previsto estreno en verano del 2000, el film estuvo a punto de ser cancelado y Roger Allers lo había abandonado. En un momento dado, Disney se encontró con un proyecto inviable para el que ya había gastado 30 millones de Dólares y con más de la mitad de la animación completada.
Es entonces cuando el guionista David Reynolds propuso una comedia de amigos al estilo de los dibujos animados de Chuck Jones, cosa que Disney aceptó. Seguramente no le habría dado el visto bueno en cualquier otro contexto, pero era eso o perder mucho tiempo y dinero ya invertido en el film. Y menos mal que tomaron esa práctica decisión, aunque fuera por evitar un desastre, porque el resultado, sin ser un clásico esencial, es de lo más divertido del estudio desde Aladdín (1992) o Hércules (1997). Es más, fue la primera vez en su filmografía de animación que se dedicó enteramente a la comedia y lo más parecido que había creado a un corto de los Looney Tunes.
Aquí lo de menos es qué se cuenta y la ambientación en la época Inca es un mero pretexto: un elemento decorativo para fondos y vestuarios, nada más. De hecho, hay escenas que apenas si permiten que la trama avance y que están claramente incluidas por su eficacia cómica, cosa que me parece muy bien. Véase como ejemplo paradigmático la desternillante escena del restaurante, que se podría haber comercializado como un corto independiente y cuyo ritmo y tipo de humor beben del de la serie de cortos de Looney Tunes.
Ayuda, eso sí, el diseño geométrico y caricaturesco de buena parte de los personajes, alejado también de lo habitual en Disney, y que los cuatro actores principales estén todos estupendos y posean una brillante vis cómica. David Spade está muy bien como Kuzko, Eartha Kitt lo borda como la histriónica Yzma y Patrick Warburton llega un momento en el que provoca carcajadas casi con cada réplica -es el mismo actor que cautiva en Padre de familia como Joe Swanson-.
Martin Goodman, en el libro The Animated Movie Guide (2005), otorga al film tres estrellas de cuatro y escribe lo siguiente: “los críticos han comparado el humor de El emperador y sus locuras con el que se encuentra en los dibujos animados de Chuck Jones en Warner Bros. Aunque algunos gags y mecanismos cómicos son similares a los de Jones, el film debe buena parte de su sabor a las propuestas animadas y sitcoms producidas para televisión. David Spade y Wendie Malick fueron estrellas de la brusca sitcom Dame un respiro. La mortal estupidez de series como Pinky y Cerebro y ¡Fenomenoide! tienen su eco en ‘Emperador’, un film que es un producto de su tiempo. El lugar puede que sea Mesoamérica, pero el diálogo sale directamente de la televisión en prime time del 2000. (…) El emperador y sus locuras es una anomalía en el canon de películas Disney, pero es también una deliciosa oleada de bobos gags que merecen repetidos visionados”.
A la película no le fue del todo bien en taquilla, pero como sí funcionó en el mercado doméstico -que por entonces era esencialmente las ventas de VHS y DVD-, tuvo segunda parte, El emperador y sus locuras 2: La gran aventura de Kronk (2005), y una serie derivada, Kuzco: Un emperador en el cole.