Stephen J. Anderson y Don Hall. Categoría: Película. |
Disney había anunciado que Zafarrancho en el rancho (2004) sería la última película en 2D con su sello principal, Walt Disney Animation Studios. De hecho, acababa de cerrar uno de sus estudios dedicados a la animación tradicional, Disney-MGM Studios, y buena parte de su plantilla iba a ser formada en 3D, la vertiente en la que se iba a centrar. Pues bien, en solo 19 meses, de diciembre del 2009 a julio del 2011, estrenó otros dos largometrajes en 2D, Tiana y el sapo (2009), dirigido por Ron Clements y John Musker, y el que nos ocupa. Por lo visto, John Lasseter, nombrado director creativo del estudio tras la compra de Pixar por parte de la compañía del ratón, fue clave para que esa vuelta al 2D.
Si Tiana y el sapo ya tenía mucho de recuperación de una era pasada de Disney, pues se trata de un musical al estilo de los que tanto éxito le reportaron durante los 90, en pleno periodo de renacimiento, Winnie the Pooh aún resulta más clásico. Salvo por el puntual empleo de 3D para animar un enjambre -y seguramente algún otro elemento que se me habrá pasado-, parecería una producción animada durante los 60 y 70, las décadas en las que el estudio realizó los cortometrajes protagonizados por el oso que creó A. A. Milne y dibujó E. H. Shepard, los que se recopilaron en el clásico 22, Lo mejor de Winnie the Pooh (1977).
En una época de hegemonía comercial del 3D -Japón aparte- y en la que los grandes estudios de animación proponían comedias con un gag por minuto o grandiosos espectáculos visuales -ese fue el año en el que Pixar estrenó Cars 2, por ejemplo-, una película como esta era una rareza. No solo era un tipo de proyecto que Hollywood había abandonado desde hacía tiempo, es que ni siquiera para la compañía de Burbank era habitual estrenar con su sello principal una producción de bajo presupuesto -30 millones de Dólares por los 260 de su predecesora, Enredados (2010)-.
Normalmente Winnie the Pooh hubiera quedado relegada al sello hermano, el dedicado esencialmente a las segundas y terceras partes destinadas al mercado doméstico: Disneytoon Studios. Que Disney optase en cambio por estrenarla en cines y otorgarle el número 51 en su lista de clásicos que se consideran canon era una notable apuesta por la animación tradicional que seguramente debamos agradecerle a John Lasseter.
La que nos ocupa es la quinta película protagonizada por el oso y sucedía a las recientes La película de Tigger (2000), La gran película de Piglet (2003) y La película de Héffalump (2005) -las tres realizadas por Disneytoon Studios-. La dirigida por Stephen J. Anderson y Don Hall es la mejor de todas y se nota en la estupenda animación y en los excelentes fondos el mimo con el que fue creada. De hecho, recupera tan bien la estética y tono de los libros que se le puede reprochar que no asumiese algún riesgo artístico: no hay aquí nada que resulte novedoso.
Claro que esa sensación de familiaridad era claramente el efecto buscado y seguramente reconfortaría a los amantes de la saga. Además, como ocurre con el resto de adaptaciones de la criatura de A. A. Milne, parece especialmente dirigida al segmento de público más joven, a quienes descubren el cine, y ellos es poco probable que tengan esa sensación de ya visto.
A quienes sí conozcan la saga y les guste tal cual les parecerá estupendo que mantenga buena parte de las señas de identidad de los cortos recopilados en Lo mejor de Winnie the Pooh. Hay un narrador omnisciente que se dirige a los personajes en más de una ocasión y que puede intervenir en el desarrollo de los hechos de manera leve, la narración comienza y acaba con la imagen del libro que contiene la historia y el texto aparece en plano en varios momentos. Es más, hay un pasaje muy divertido en el que los personajes usan las letras a modo de escalera. Finalmente, también aquí tenemos la impresión de que el film es la versión en movimiento de las ilustraciones de E. H. Shepard.
Quizá el único aspecto que actualiza un poco la saga, junto con la grabación de una nueva versión de la canción de Winnie the Pooh interpretada por Zooey Deschanel, es la introducción de escenas con otro tipo de estética o con un ritmo bastante más rápido que el habitual. Hay por ejemplo una secuencia que imita el trazo de las tizas que está muy bien resuelta. En cuanto al ritmo, se nota sobre todo en la segunda parte pero hay una escena paradigmática: aquella en la que el tigre trata de convertir Eeyore / Ígor en un tigre, repleta de gags visuales que remiten al slapstick de los dibujos animados clásicos. Hay también rápidos diálogos con ágiles juegos de palabras -intraducibles del inglés la mayoría, por eso es tan conveniente verla en versión original-, así que los adultos atentos encontrarán motivos para mantenerse entretenidos.
Winnie the Pooh fue generalmente bien recibida por la crítica pero no funcionó en taquilla. Quizá por eso sigue siendo la última película de Walt Disney Animation Studios en 2D. Supongo que los ejecutivos de la compañía vieron que el mercado para la animación tradicional era muy pequeño, pero no sé cómo podía haber funcionado mejor una película que estrenó el mismo fin de semana que Harry Potter y las Reliquias de la Muerte – Parte 2 (2011), el más esperado ‘blockbuster’ del año, y solo tres semanas después de Cars 2, que aún seguía entre las cinco más vistas. Entre una y otra, se la comieron con patatas. Además, no sé si esto último influyó, pero por mucho que la precediera el corto La balada de Nessie (2011), era un film de una hora de duración, cosa que equivalía a mandar el mensaje de que se trataba de un proyecto menor.