Richard Linklater. Categoría: Película. |
Por suerte para nosotros, Richard Linklater decide periódicamente dirigir una película de animación. Afirmo que es una suerte porque son invariablemente interesantes y, además, opta por una técnica poco empleada, la rotoscopia. Su primer intento fue la fascinante Despertando a la vida (2001), a la que siguió la no menos atractiva y singular A Scanner Darkly (2006). Este es su tercer proyecto animado y el más accesible, sin que por eso renuncie a nada de su personalidad. Lo que ocurre es que esta es una simpática comedia con el aliciente extra de su nostálgica mirada a los últimos años de la década de los 60.
También es notable que, a diferencia de sus dos anteriores incursiones en el medio, la rotoscopia de este largometraje sea la menos experimental. Esta vez la estética es uniforme y más cercana a la animación 2D tradicional, aunque posee ese toque tan particular de la técnica que mantiene el movimiento de los actores de carne y hueso que interpretaron a los personajes delante de la cámara. La estética, de hecho, recuerda a la de la estupenda serie Undone (2019), cuestión nada casual puesto que los estudios son los mismos, Minnow Mountain y Submarine.
Por otra parte, el film combina 2D y 3D: todos los objetos que no interactuaban con los actores fueron creados directamente con animación. En una entrevista de la revista Animation Magazine, Linklater presentó así la propuesta: “Este no es realmente un film de rotoscopia. Es una película en 2D con elementos de 3D. Lo llamamos 2.5D”. Me hace gracia que recurriese a ese término que estaba cada vez más de moda gracias a películas como Spider-Man: Un nuevo universo (2018) o a series como ¿Qué pasaría si…? (2021), aunque en este caso el resultado tiene bastante poco que ver: es claramente rotoscopia, diga lo que diga su talentoso director.
Apolo 10 1/2: Una infancia espacial comienza con una premisa muy atractiva: dos trabajadores de la NASA acuden a un colegio para pedirle al niño protagonista que sea el primer hombre en pisar la luna. Tan excepcional petición se debe a que, por error, han construido un módulo lunar demasiado pequeño para un adulto. El punto de partida es increíble pero resulta verosímil tal y como es planteado. Además, le sirve a Richard Linklater para jugar con el espectador al diluir la frontera entre lo que ocurre realmente en la ficción y lo que, tal vez, imagine el niño. Es un mecanismo similar al empleado por Satoshi Kon en varios de sus films, por mucho que los dos cineastas empleen estéticas y narrativas muy distintas.
De todos modos, aunque la llegada del hombre a la luna ocupa un lugar central en la trama, especialmente en su segunda mitad, parece una excusa, o un hilo conductor, para hablar de la infancia a finales de los 60. Por lo visto, es una versión libre de la infancia del director que examina con humor, ironía y una admirable exhaustividad los principales aspectos de la sociedad estadounidense de aquella época vista desde los ojos de un niño de diez años. Su empleo de la voz en off de una versión adulta del protagonista es muy creativa e hilvana con eficacia pasajes relativamente independientes.
Finalmente, creo que, como en las anteriores ocasiones, Richard Linklater recurre a la rotoscopia para crear un efecto de distanciamiento con la realidad que ayuda a aportar credibilidad a las partes fantásticas. Si en Despertando a la vida servía para ilustrar un mundo onírico y en A Scanner Darkly para sumergirnos en una trama de ciencia ficción, aquí sirve al mismo tiempo para ahondar en la mirada nostálgica de los 60 -tal y como la recuerda el niño protagonista- y para introducir su viaje a la luna.