Dave Fleischer. Categoría: Película. |
Los viajes de Gulliver es el sexto largometraje de animación que se conserva, tras Las aventuras del príncipe Achmed (1926), dirigido por Lotte Reiniger; El cuento del zorro (1930), dirigido por Irene Starewicz y Wladyslaw Starewicz; El nuevo Gulliver (1935), dirigido por Aleksandr Ptushko; Die sieben Raben (1937), creada por los hermanos Diehl; y Blancanieves y los siete enanitos (1937), la popular producción de Walt Disney.
Su génesis fue el enorme éxito de esa primera película de Walt Disney Studios, pues Paramount quería replicarlo y encargó un film a la compañía con la que mantenía una estrecha relación, Fleischer Studios. Eso lo convierte en el primer largometraje de animación estadounidense no producido por el estudio del ratón y en el segundo creado con dibujos a mano, pues el resto fueron realizados con stop motion.
Paramount quería que Los viajes de Gulliver estuviese listo para su estreno en la navidad de 1939, así que tuvo que ser concluido en 18 meses: la mitad de tiempo del que empleó Walt Disney Studios para Blancanieves y los siete enanitos. Las prisas en su ejecución se notan y casi siempre para mal, de modo que en la inevitable comparación entre los dos films el que nos ocupa sale perdiendo.
Eso no niega que posea atractivos. El más notable es el empleo de rotoscopia para animar a Gulliver y la pareja de enamorados, el príncipe y la princesa. La fluidez lograda en los movimientos de los tres personajes es admirable para tratarse de 1939. Otra cosa es que ese estilo de animación case mal con el del resto de liliputienses, cuyos movimientos, más caóticos, y estética, un tanto descuidada, sí siguen la tradición menos refinada de Fleischer Studios. Es como si esta propuesta fuera una mezcla de Disney y de su propio estilo.
Por otra parte, son bienvenidos los toques de humor que incluye, como el baile del rey con la mano de Gulliver -gag que recuerda al de El rey del surf (1937), uno de los cortos de Mickey Mouse-, los ronquidos musicales del rey y varios de sus súbditos o el juego de sombras en la escena del incendio. En cuanto a los fondos, teniendo en cuenta el poco tiempo del que dispusieron para dibujarlos, no están nada mal e ilustran bien el reino de los liliputienses.
En cualquier caso, la ejecución del conjunto y la calidad estética se quedan lejos del preciosismo de Blancanieves y los siete enanitos. Lo mismo ocurre con el guion, que es un tanto deslavazado, y la música: la banda sonora de Victor Young es estupenda, pero las canciones, aun siendo estimables, son poco memorables y no siempre ayudan a que la trama avance -lo cual es una pena porque la música es un aspecto esencial de la historia dado que provoca la disputa entre los dos reinos al inicio del metraje-. Otro ejemplo: las escenas que muestran el mar están a años luz de la impresionante secuencia marina que solo un año después propuso Pinocho.
Ha pasado la prueba del tiempo relativamente bien y tiene su encanto, pero que palidezca claramente frente a la hegemonía de Disney limita su atractivo a quienes quieran conocer los inicios de la animación.