Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman. Categoría: Película. |
101 dálmatas tiene una virtud muy interesante: es una de las producciones de Disney que más suelen gustar a quienes habitualmente no disfrutan particularmente con las películas del estudio. Hay varias razones para comprender el porqué.
Una de las más evidentes es su sentido del humor. Es el film más divertido de los creados hasta entonces por la compañía de Walt Disney, así que tiene mérito que el guion lo firmase Bill Peet en solitario: la primera vez que no se trataba de una obra colaborativa en la fase de escritura. La escena de los dueños paseando a perros idénticos a ellos es una delicia y las coces del caballo son material de carcajada, entre otros brillantes ejemplos.
Otra de las que más llaman la atención es su estética, decididamente más moderna que de costumbre. Se estrenó solo dos años después de La bella durmiente (1959) pero uno y otro film parecen separados por décadas. No repite los impresionistas juegos de color del cuento de hadas que le precede, tampoco el realismo de La dama y el vagabundo (1955), pero a cambio ofrece un estilizado diseño de personajes y una artística ilustración de Londres con un muy sugerente uso de colores. Ken Anderson, el director de arte, afirmó haberse inspirado en el historietista Ronald Searle, pero es posible que el estilo desarrollado por United Productions of America fuese también una influencia notable. A eso se suma, además, el extenso uso de xerografía, empleada para reducir costes, pero que contribuye a dotar a la cinta de ese aspecto tan distinto de otras obras de Disney.
En esa modernidad también es clave, además de la parte visual, la narración: recuerda a la era dorada de la comedia sofisticada de Hollywood. Es más, el primer acto podría pasar por una película independiente, por mucho que no abandone del todo un lenguaje cinematográfico clásico. Hasta se permite el toque bohemio de situar como protagonista a un compositor de canciones -como en Saltarín va a la ciudad (1941), de Fleischer Studios-, cuestión que el guion aprovecha hábilmente para que la canción de Cruella de Vil sea música diegética, interpretada por ese mismo personaje con varios instrumentos. La composición, por cierto, es estupenda.
Finalmente, ayuda que esta vez no haya princesas, ni príncipes, ni hadas, ni madrastras ni una sucesión de canciones más o menos edulcoradas: es de las producciones de Disney con menos canciones de las estrenadas hasta entonces. Aún así, a quien no le entusiasmen los perros quizá se le atragante un poco el tercer acto, porque 101 dálmatas son muchos.
La historia adapta la novela homónima que Dodie Smith publicó en 1956. No pasó ni un año hasta que Walt Disney compró los derechos, decisión comprensible dado el éxito de La dama y el vagabundo. Bill Peet convirtió la novela en la eficaz comedia que conocemos pero además concibió un clímax que Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, tres de los cuatro directores de La bella durmiente, convirtieron en una emocionante secuencia repleta de suspense. Además, el reto de dibujar y animar 101 perros fue solventado con éxito: por algo era el estudio con más experiencia.
Y por supuesto, por muy adorables que sean los cachorros, el personaje más memorable es Cruella de Vil, que pertenece al panteón de los villanos Disney. Es una digna sucesora de Maléfica en los apartados de maldad y físico impresionante, pero el contraste entre la puerilidad de sus motivaciones y la tenacidad con la que persigue su objetivo la convierten en una de las más fascinantes malvadas de la historia del cine. Quien vea la película en versión original disfrutará también de la excelente interpretación de Betty Lou Gerson, en cuyos rasgos se inspiró Marc Davis para diseñar su rostro.
Nota: la película tuvo continuación, 101 dálmatas 2 (2003).