Hiroyuki Kitakubo. Categoría: Película. |
Roujin Z es el siguiente largometraje animado que emprendió Katsuhiro Ôtomo tras la obra maestra Akira (1988), la influyente película que cambió para siempre la mirada occidental a la animación japonesa y, con su éxito, contribuyó decisivamente a su internacionalización -una década antes de que iniciara el fenómeno de Studio Ghibli-.
Sin embargo, al estar enfrascado en la dirección de su primer largometraje no animado, World Apartment Horror (1991), delegó ese rol en Hiroyuki Kitakubo, con quien ya había colaborado en el film antológico Robot Carnival (1987): fue quien dirigió el divertido segmento ‘Un Cuento de Dos Robots’, que en ciertos aspectos podría ser un precursor de esta cinta. En cualquier caso, Ôtomo no se desentendió de este proyecto, puesto que además de firmar el guion se encargó de diseñar las partes mecánicas de la sofisticada cama protagonista -más sobre eso en adelante-, cosa que se nota para bien.
A primera vista, Akira y esta tienen poco que ver. Si la primera era dramática y sombría con constantes escenas de acción y persecuciones en moto, esta es un descacharrante y singular divertimento de naturaleza bastante más experimental. Por lo pronto, de los tres personajes principales, uno es un anciano muy debilitado, otra es una enfermera de un programa de voluntariado y el tercero es el ordenador de una sofisticada cama pensada para asistir a los ancianos.
Enseguida voy con la cama, pero antes es interesante comprobar cómo, en contra de lo que parecía inicialmente, los dos films acaban por tener mucho en común. Ambos reflexionan sobre los peligros de la tecnología descontrolada, sobre el difícil equilibro entre humanidad y progreso tecnológico, sobre las operaciones secretas del gobierno y, entre otros temas coincidentes, uno por encima de todos: una heroína a su pesar o el clásico arquetipo del ciudadano corriente enfrentado a una situación extraordinaria.
Y ahora sí: la cama. ¡Qué buena idea! Qué prodigio de diseño, de inventiva y de sentido del humor. Es una de las más memorables ocurrencias de la historia de la ciencia ficción y funciona en todos los niveles del film: la comedia, la tecnología -qué cantidad de artilugios-, la sátira -la imagen del anciano inerte casi siempre en primer plano- y su visión humanitaria -esa escena maravillosa en la playa con el robot/ mujer sangrante-.
Cierto que, por la gran diferencia de presupuesto entre una y otra película -aquella era una superproducción insólita en la industria de la animación japonesa-, esta no puede ser tan ambiciosa y la animación no es tan deslumbrante, pero la escena de acción entre el Alfa militar y la cama es un espectáculo y la asombrosa escena final es también un acierto.
Felipe Múgica, en su libro Explosión Anime (2020), comenta lo siguiente: “en su segunda mitad se convierte en una especie de película de mechas de la tercera edad, desmadrado y alocado, muy divertido, pero también entrañable gracias a la historia romántica entre Kanazawa y su esposa reencarnada en el robot, quienes tan solo desean recuperar sus días de paseos por la playa. El film logra así una perfecta combinación entre entretenimiento y película con mensaje”.
Álvaro López Martín y David Heredia Pitarch la incluyen en su libro Las 100 mejores películas anime (2021), en el puesto 35, y entre otros muchos aspectos, comentan lo siguiente: “el humilde presupuesto del film hizo que no disfrutara del mismo despliegue técnico que Akira; pero aunque está condenada a permanecer a la sombra de su hermana mayor, la animación es notablemente sólida e incluso se permite algunas filigranas por encima de lo que cabría esperar en una producción mediana como esta”.
Lástima que la naturaleza más experimental de Roujin Z, junto con su singular y nada comercial argumento, hagan de esta una película poco conocida, eclipsada por los proyectos de Katsuhiro Ôtomo que la preceden y suceden, Akira y Memories (1995). Al menos es también recordada porque el añorado Satoshi Kon participó como director artístico.