Ron Clements y John Musker. Categoría: Película. |
Terminado el periodo de renacimiento que concluye con Tarzán (1999), Disney inició una década con desiguales resultados en taquilla. Le fue bien con Dinosaurio (2000) y Lilo y Stitch (2002), regular con El emperador y sus locuras (2000) y Atlantis: El imperio perdido (2001), mal con Fantasía 2000. Pues bien, lo de esta última no fue nada comparado con el desastre de la que nos ocupa, que no recuperó, durante su paso por los cines, ni siquiera su coste promocional, cuestión especialmente grave cuando se trata de la película de animación 2D de mayor presupuesto: 140 millones de Dólares. Fue un fracaso de tal magnitud que habitualmente se considera la culpable de que Disney decidiera cerrar su estudio de animación tradicional.
Cierto que el 3D llevaba ya al menos un lustro convertido en la técnica hegemónica en la taquilla, que Pixar y DreamWorks Animation le batían sistemáticamente con sus films en 3D, y que las recaudaciones de sus producciones en 2D llevaban tiempo disminuyendo, así que esa transición de Disney posiblemente hubiera ocurrido de todos modos tarde o temprano. Aun así, es un error achacar su fracaso en taquilla al empleo de animación tradicional, pues eso es justamente lo mejor de la cinta.
Ron Clements y John Musker habían encadenado dos éxitos consecutivos, La sirenita (1989) y Aladdín (1992) cuando los directivos del estudio autorizaron finalmente la producción de un proyecto que presentaron por primera vez en 1985 y que había sido rechazado tres veces. Antes tuvieron que completar Hércules (1997), eso sí. Esa inusual racha de tres buenas y exitosas películas se rompió con El planeta del tesoro. Su idea de adaptar la novela de Robert Louis Stevenson como una aventura espacial es atractiva, su ejecución, no tanto.
Hay muchos aspectos logrados, así que se nota que al frente estaban dos de los mejores directores del medio. La escena de las ballenas espaciales, el diseño de los barcos / naves retro-futuristas, el aspecto en general de esta atípica propuesta de ciencia ficción, el adorable Morph o el complejo personaje de John Silver, un atrevimiento narrativo y estético.
En cambio, hay problemas de guion, con más de una escena que no aporta nada a la trama, y la historia da globalmente la sensación, a pesar de su conversión espacial, de ser excesivamente familiar. Tampoco es ideal que el personaje principal haya crecido sin su padre -¿otra vez?-, que buena parte de los personajes sean secundarios Disney de manual o que figuren escenas tan flojas como el montaje musical con el que vemos cómo John Silver se gana la confianza Jim Hawkins: es importante para el argumento, pero está contada de una manera muy convencional.
La parte estética es de lo mejor del film y la animación 2D es estupenda, pero incluso en ese apartado hay carencias que tienen que ver con el empleo de 3D. Por una parte, no siempre están bien integradas las dos técnicas y si el objetivo de Disney era que no se notase cómo estaba realizado cada elemento, no lo logra. Por otra, hay planos completos que son 3D, como el travelling hacia la estación espacial con forma de luna, que se ven envejecidos a pesar de sus aciertos de diseño porque la animación tridimensional por ordenador no es muy sofisticada.
Martin Goodman, en el libro The Animated Moovie Guide (2005), le otorga tres estrellas de cuatro y, entre otros aspectos, se fija en el personaje de John Silver: “es problemático en más de un aspecto; es probablemente el personaje menos satisfactorio del animador Glen Keane. Keane parece dar lo mejor de sí animando lo bonito y lo elegante; creaciones como Aladdin, Pocahontas o Tarzán le salen de manera natural a Keane, e incluso el salvaje personaje central de La bella y la bestia es, realmente, un animal muy apuesto; véase la escena del baile en el salón. Llamado para animar un freak feo y obeso, a Glen Keane claramente le cuesta”.
Respecto a su fracaso en taquilla, hay que tener en cuenta que se estrenó en una era post-Shrek (2001) y post-Monstruos S.A. (2001), que tuvo que competir en la cartelera con las primeras entregas de dos de las más populares sagas de la década, Harry Potter y El señor de los anillos, y que solo un año antes Disney había presentado un film parecido, Atlantis: El imperio perdido (2001), así que es comprensible que el público no acudiera en masa a ver lo nuevo de un estudio que ya no era percibido como puntero ni en el terreno de la animación ni en el del entretenimiento para todas las edades.