Valentin Lalayants, Valentina Brumberg y Zinaida Brumberg. Categoría: Película. |
Tercera película dirigida por las hermanas Valentina y Zinaida Brumberg, “las abuelas del cine animado ruso”, tras Propavshaya gramota (1945) -primer largometraje soviético de animación- y el estupendo Noch pered Rozhdestvom (1951). No hablo ruso, de modo que no sé qué significa el título original, pero Chelovechka narisoval ya es conocida en inglés como ‘It Was I Who Drew the Little Man’, así que se podría traducir como ‘Fui yo quien pintó al hombrecillo’.
En efecto, esa es la cuestión clave del film, porque la premisa gira en torno a un dibujo que un niño realiza en la pared de su clase. Por qué lo hace no lo sabemos, nada parece motivarlo, pero el caso es que comete esa pequeña fechoría. Naturalmente, cuando el maestro se da cuenta pregunta quién es el culpable pero, en vez de reconocerlo, deja que su mejor amigo y compañero de clase sea injustamente acusado. Una vez en casa, las portadas de los libros que trata de leer se le rebelan, sus soldados de juguete huyen avergonzados y la matrioshka con la que juega le afea la conducta. Hasta el monigote que ha pintado cobra vida para convencer al muchacho de que confiese.
En definitiva, es un cuento moral destinado a persuadir a los jovencitos soviéticos para que sean sinceros, terreno explorado por Soyuzmultfilm en El niño encantado (1955) y Las Aventuras de Pinocho (1959), en las que los niños protagonistas comprenden que deben portarse bien tras vivir numerosas aventuras. Al fin y al cabo, el estudio estaba controlado por el régimen soviético, de modo que formar a pequeños comunistas ejemplares debía de ser una de sus misiones. Otra cosa es que el régimen en cuestión fuera de todo menos ejemplar.
Chelovechka narisoval ya amplía la historia de Fedya Zaytsev (1948), corto de veinte minutos dirigido también por las hermanas Brumberg. Buena parte de su encanto proviene de sus aspectos fantásticos -los juguetes y dibujos que cobran vida, entre ellos un divertido león de ocho patas dibujado por un niño en la acera- y de las canciones. Estas últimas no son tan pegadizas como las incluidas por Disney en sus películas de la época, pero son artísticamente muy interesantes y lo más parecido que había realizado hasta entonces Soyuzmultfilm al modelo musical de la compañía de Walt Disney.
También es atractiva la visita al reino de las mentiras, especialmente esa reina que se va poniendo máscaras con expresiones faciales según la situación. Los diseños y fondos son menos preciosistas que otras producciones del estudio soviético -al menos comparadas con La doncella de nieve (1952) o Los doce meses (1956), por ejemplo-, pero la animación sí es tan satisfactoria como de costumbre.
En cambio, los aspectos morales de la historia, aunque han envejecido bien porque son universales -la verdad triunfa sobre la mentira, no hay que traicionar a los amigos, etc…-, resultan un tanto obvios en más de un pasaje. De todos modos, es una cuestión menor en una propuesta que gustará a quienes aprecien la animación de la era clásica de Soyuzmultfilm.