Jon Favreau. Categoría: Película. |
Disney estrenó en 1994 una versión de las novelas de Rudyard Kipling, El libro de la selva: La aventura continúa, que no fue nada bien recibida en la taquilla a pesar de sus críticas mayoritariamente positivas. La lógica de Hollywood dicta que, solo dos décadas después, el estudio no propondría un retorno a una franquicia con la que no había tenido suerte la última vez y de la que ya había creado una brillante versión animada, El libro de la selva (1967).
Que aun así llegase a los cines la que nos ocupa se debe a que Disney había encontrado una mina en las versiones de ‘acción real’ de sus clásicos animados. Por entonces las interpretaciones con actores de carne y hueso de La cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951) o La bella durmiente (1959) ya le había deparado jugosos beneficios. Y por supuesto, supongo que a la hora de tomar la decisión ayudó que El libro de la selva 2 (2003), una continuación de bajo presupuesto, recaudase casi 200 millones de dólares en todo el mundo.
Como la mayoría de personajes son animales, Disney optó por recrearlos con animación 3D fotorrealista que representó un notable logro tecnológico. Lo mismo se puede afirmar de la convivencia de elementos físicos (como el niño protagonista) y digitales, cuyo resultado es admirable. Estos últimos, por cierto, son los que predominan, así que aunque el estudio de ningún modo quiso que se promocionase como una película esencialmente animada, se trata exactamente de eso.
La principal diferencia respecto a la película dirigida por Wolfgang Reitherman a finales de los 60 es que si aquella optó por un tono lúcido y cómico, como de costumbre en el Disney de la época, la que nos ocupa privilegia los aspectos dramáticos y sombríos y convierte a buena parte de los animales en criaturas amenazadoras. Jon Favreau procuró que fuesen más grandes de lo que realmente son -supongo que para mostrarnos el punto de vista de Mowgli- y hasta quiso que el Rey Louie saliese de la sombra como el Colonel Kurtz de Apocalypse Now (1979) -nada que ver con el bailongo orangután de la versión animada-. Claro que quizá sea Baloo el personaje que mejor ejemplifica ese giro tonal hacia el drama.
Es una opción válida que acerca el filme a la obra de Rudyard Kipling, pero esa búsqueda constante de la escena impactante, ese intento de que todo resulte trascendente, acaba por provocar que el conjunto sea menos memorable que el clásico de la animación del que bebe. Véase, como ejemplo, lo poco efectivas que son aquí las dos canciones recuperadas del original. A eso se suma que los animales son tan realistas que al principio chirría ver y oír que se ponen a hablar como humanos: algo similar a lo que ocurría en los primeros minutos de Dinosaurio (2000).
De todos modos, las mejores ideas se reservaron para el inicio y el final, concretamente esa versión del logo de Disney que homenajea la animación tradicional y los estupendos créditos finales que parten del libro de Kipling.
Su enorme éxito y la credibilidad de los animales digitales fue sin duda lo que impulsó a Disney a dar luz verde a El rey león (2019), otro hito tecnológico que repite acercamiento tonal y, me temo, limitaciones narrativas.