Avatar: El sentido del agua, cine más allá del cine

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Abraham López Guerrero, director de Blue & Malone Casos Imposibles (2020), ganador del Premio Goya al Mejor cortometraje de animación, director de animación del largometraje Dragonkeeper y director académico del Área de Animación en U-tad escribe acerca de la más reciente superproducción dirigida por James Cameron, Avatar: El sentido del agua (2022):

Por circunstancias que poco vienen al caso, me encuentro muy a menudo reivindicando valores de autor en el seno de la industria, rodeado de agentes Smith del cine comercial y otras veces pidiendo que existan más anclajes comerciales en el cine de autor, donde los Godardianos y los Passolinistas se agitan furibundos, sin acabar de ser conscientes de que también ellos han caído en los propios esquemas, fórmulas y clichés temáticos de su supuesta alternativez. Me siento un poco fuera de lugar. En tierra de nadie.

Pero además de que resulta ser un lugar amplio, sin apretujamientos, vale la pena habitarlo. Porque el fondo del asunto es derribar esas fronteras entre cine de ceja levantada y el blockbuster. Inundar el cine comercial de Chloés Zahos (lo siento, soy los que les encantó Eternals) y de Cronenbergs. De autores con personalidad y visión que accedan a presupuestos generosos, y exigir también entre barricadas que el cine de autor exija esos presupuestos y responda consecuentemente ante el gran público (¿por qué no?) ya que las minorías a las que se dirige ya están de sobra convencidas de los mensajes que propone.

Puestas las cartas boca arriba, marcada una línea estratégica clara y unívoca, esta crítica va a intentar sin pudor ni vergüenza defender Avatar: El sentido del agua no como fenómeno industrial, comercial y técnico. No como la gran producción que junto a otras (Top Gun: Maverick o Minions: El origen de Gru) ha venido al rescate de la gran pantalla, consiguiendo arrancar al público de su apoltronamiento sofariano plataformil (si no vamos al cine ahora, lo perderemos para siempre)  sino como obra de arte con mayúsculas, como la creación de un autor con voz y visión únicas.

El primer escollo en mi misión son los ataques que la cinta ha recibido sobre su guión, sobre la historia, vilipendiada a coro por muchos medios. Y en cierta medida puedo comprender algunas de esas críticas que tildan el guion de simplón, repetitivo y previsible. Si bien hay algunos matices que no comparto. Se tiende a confundir mucho trama y guion. El guion es mucho más que el argumento de una película. El guion también es engarzar secuencias y desarrollarlas dinámicamente; es crear nombres, escenarios, personajes y lugares. El guion también es la acción, los vehículos y los vínculos. En Avatar hay mucho guion, muchas bolas haciendo malabares en el aire, y si puede ser cierto que la historia resbala fácilmente en convenciones del género de aventuras, del western o del space opera (convenciones que por otro lado tienen su sentido y su razón de ser dentro de esos géneros) que cae a plomo en lugares comunes y momentos prototípicos, hay elementos del guion que lo compensan con creces. Rasgos emocionales bien conducidos, bien narrados. Mucho mundo, diseño, lenguaje íntimo y propio, infinitos detalles e ideas de una riqueza imaginativa que yo no veo al alcance de cualquiera. Sí, hay demasiados elementos mezclados, contados de forma atropellada en ocasiones, apresurada y deslavazada. Hay ocasiones desaprovechadas o momentos que requerían un tratamiento diferente. Hay diálogos que parecen portadas de libros de autoayuda, como dice mi amigo Manuel Carbajo y hay situaciones que están telegrafiadas y se ven venir como los golpes de los malos boxeadores. Pero – y esto es vertebral – a mi no me molestan mientras veo la película. Se los perdono de forma inconsciente. Igual que le perdono errores muy similares a un montón de películas (algunas españolas y de este mismo año) que también son previsibles, con diálogos algo ortopédicos. Y no lo digo con desprecio. Al contrario. No pasa nada. Esas películas me han gustado. Me han gustado mucho. Como dice ese mismo amigo mío, las películas no deben ser perfectas, deben ser ellas mismas. Y me parece a mi que hay mucha más gente en mi situación que le ha perdonado esos agujeros y trampas de guión a esas otras películas tal vez porque son pequeñas, o porque son honestas o porque tienen encanto, les caen bien, o porque destilan amor por el cine incluso en sus errores más flagrantes. Os diría que le perdonan fallos de guión a películas que ya son clásicos modernos, o películas que son clásicos clásicos y que a veces también tienen guiones llenos de agujeros, trampas y errores o basadas en historias que ya están contadas. Pocahontas siempre me ha parecido una historia estupenda, como me lo parece Romeo y Julieta o La bella y la bestia y en Black, de Adil El Arbi y Bilal Fallah, o Belle, de Mamoru Hosoda, por citar dos cintas recientes (una de ellas de animación) no parece molestar tanto que sean historias ya contadas. Pero no sucede lo mismo con Avatar. Con ella son implacables porque es una película enorme, y a lo que es grande hay que castigarlo.

Si me apuras hasta los errores y excesos de guion de Avatar son algo característico del propio Cameron. Muchas de sus pelis, desde Abyss a Mentiras arriesgadas son fruto de esa manera de contar apretada, exotérmica, amontonando clímax sucesivos unos detrás de otros, unos dentro de otros. Si me dais el permisito de comparar a un padawan con un Metabarón yo confieso aquí que mis guiones son así, cameronianos (ya quisieran) llenos de ideas que muchas veces no soy capaz de desarrollar bien, pero que necesito transformar en imágenes.

Hay ocasiones, como en Gravity, como en La Vida De Pi o como en Holy Motors o Drive My Car (por meter aquí a cholón películas independientes y alternativas) en las que el guion se deshace en mi mente, y solo quiero disfrutar del poema visual que está desenvolviéndose delante de mis ojos. Esto me pasa con Avatar.

Llegamos así al segundo y último gran escollo de mi defensa, cuando se aduce que Avatar: El sentido del agua es solo un despliegue técnico vacío de contenido. Cuando se argumenta que son solo efectos artificiales y alharacas tecnológicas cuyo único mérito es lo mucho que han costado. Amigas y amigos, el nivel de realización que Avatar ha alcanzado es tan salvaje y desproporcionado que sepulta esos argumentos solo por avalancha, por tonelaje. No es posible alcanzar ese nivel de belleza visual sin talento. No es posible domesticar esa tecnología y transformarla en semejantes planos sin compromiso autoral, puramente artístico. James Cameron ha filmado lo imposible. Ha rodado algo que no existe como si estuviera allí y nos ha llevado con él ¡Y son solo ceros y unos! No hay luz. No hay mar. No hay nada. El 3D nació para fabricar coches y Cameron lo ha llevado en Avatar hasta un punto cercano a su culmen. Sus mimbres han sido cosas que nacieron frías y sin  alma, como la captura de movimiento (la conozco bien, creedme, pues me capturé entera la serie Defensor 5 allá en los 90) o el modelado hiperrealista y los ha elevado al nivel de arte en sí mismos. Cameron ha triunfado donde el gran genio Robert Zemeckis, el creador de Roger Rabbit se ha estrellado una y otra vez.

No digo con esto que sea necesario percibir el mérito que tiene inventar nuevas tecnologías, o juntar en un equipo a los 2000 mejores artistas del mundo en su área y hacerlos latir a todos con un solo pulso, para disfrutar de una película como Avatar. Antes al contrario. Los que trabajamos en animación (y Avatar también tiene animación) preferimos que el espectador no sea consciente de todo el esfuerzo que hemos invertido en una película. Preferimos que las cosas parezca que están sucediendo en la pantalla en ese momento, espontáneamente, en lugar de ser fruto de arduos procesos de planificación. Pero sí quiero llamar la atención del resultado. Que los aviones vuelen todos los días y estemos acostumbrados a verlos de forma cotidiana no debe hacernos olvidar lo prodigioso que es que volemos. El prodigio visual de Avatar, que va más allá de toda limitación es un milagro completamente artesanal fruto de una evolución que no por haberla visto crecer en estas décadas de cine CGI (imagen generada por ordenador) carece de magia.

Avatar nos sumerge en un universo cuya mera contemplación, en una pantalla gigante, en una sala oscura, en una butaca mullida, produce una sensación que inunda tanto como ese mar de Pandora. En ocasiones no soy capaz de discernir muy bien la trama, ni consigo estar atento a los diálogos, porque estoy obnubilado buceando junto a un enorme Tulku lo que sea… Porque soy capaz de saborear un agua salada que no es ni remotamente química. Porque los planos me llevan uno tras otro a situaciones que ser un humano común y corriente me impedía hasta ahora vivir. Y eso es el cine. Eso es el cine también. Igual que a veces necesito escuchar a Los Ramones, y otras a Ella Fitzgerald, y no le pido a aquellos lo que le pido a esta, ni viceversa, a veces necesito en el cine tramas sesudas, diálogos afilados y verdad descarnada y a veces necesito viajar. Y si en algunas ocasiones lo encuentro todo junto es fantástico, y si en otras ocasiones no, sencillamente me dejo llevar por aquello que el creador me está ofreciendo. Le doy los mandos de la realidad  a Cameron durante tres horas, y si me quiere conducir desde Titanic a Aliens mostrándome sus obsesiones eternas, su mar omnipresente, sus robots, sus anatemas bélicos e idiosincrasia ecologista e indigenista pues le dejo que lo haga, porque él es el creador, es su Pandora, son sus leyes y yo soy su invitado de honor.

Avatar podría ser el principio de algo que está dejando de ser cine. Podría ser el comienzo de la novela visual CGI, o un documental de naturaleza imposible disfrazado de ficción. Son más de tres horas que a algunos les han pesado y a mí se me han hecho cortas. ¿Qué necesidad hay de contarlo en menos tiempo? ¿Cuántas horas de David Attemborough he llegado a atesorar en mis retinas? ¿Cuántos leones del Serengueti? Así mismo ¿Cuántas más horas podría haber seguido yo viviendo peripecias trepidantes en este Pandora infinito aderezadas con azafranes místicos y holistas aunque sean a veces algo manidos?

Pero es que Avatar también podría ser el final de un género: como me anticipa Gerardo Álvarez, mi socio y productor, podría ser que con la llegada de las IAs a la imagen de síntesis, la artesanía de Cameron y su equipo, su forma de esculpir el tiempo se vean abatidas por visualidades mucho más baratas y homogéneas y el 3D manufacturado y de gran presupuesto se convierta en una técnica de culto, como puede sucederle a la animación 2D tradicional o a los videojuegos triple A.

Tal vez entonces el devenir del tiempo y las películas que vengan nos atalanten como público y la perspectiva nos permita apreciar Avatar: El sentido del agua como  podemos apreciar ahora en El nacimiento de una nación, de Griffith, o el Nosferatu de Murnau. Una nueva forma de entender la cinematografía. Un salto cuántico en la creatividad visual y por encima de todo, una canción de amor a la fantasía en sí misma y su hermana espiritual, la realidad.

Escrito por Abraham López Guerrero.

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