Stéphane Berla y Mathias Malzieu. Categoría: Película. |
Mathias Malzieu resulta ser un hombre del renacimiento. Es escritor, cantante y compositor y, como pudimos comprobar en esta película, también actor, guionista y director. Además, todo se le da bastante bien. La mecánica del corazón está basada en su libro homónimo que Groupe Flammarion publicó en el 2007 y que ese mismo año inspiró el álbum conceptual, también de mismo título, que editó la banda de la que forma parte, Dionysos. Seguro que hay algún precedente, pero debe de ser una de las pocas ocasiones en las que una misma persona adapta una obra en tres artes distintos: literatura, música y cine. Sólo le faltó una versión de cómic o una radionovela y ya hubiera sido una suerte de da Vinci del siglo XXI.
Malzieu codirige el film con Stéphane Berla, que tampoco tenía experiencia en la animación pero al menos no era un cineasta primerizo: en su filmografía figuran varios videoclips de…, sí, lo has adivinado, Dionysos, el grupo responsable de la banda sonora. Curiosamente, a pesar de que ninguno de los dos había trabajado en la industria de la animación, este es el aspecto más deslumbrante de la película. Su estética, basada en las ilustraciones de Nicoletta Ceccoli para la novela, no se parece nada al resto de producciones de animación por ordenador contemporáneas.
Propone por ejemplo dos brillantes secuencias que imitan el aspecto del stop motion -tan bien realizadas que uno no está completamente seguro de que no sea de verdad stop motion-, ambas con un viaje en tren como protagonista. También es un acierto cómo ilustra Extraordinarium, el parque de atracciones en el que transcurre buena parte de la acción, cuya galería de personajes parece sacada de La parada de los monstruos (1932), de Tod Browning. [Incluye una secuencia, en una de las atracciones, que es una delicia.]
El único aspecto algo menos convincente de La mecánica del corazón es su narración o un guion con pequeñas trampas para preparar su emotivo desenlace. Sin embargo, incluso la historia posee una sensibilidad poética, una imaginación y un romanticismo que cautivarán a espectadores ávidos de experiencias fílmicas inusuales. Porque el film es como ese pintoresco parque de atracciones que retrata, un lugar en el que, si uno se deja llevar por su singular universo, se tiene la sensación de que cualquier cosa maravillosa puede ocurrir.
Además, tiene encanto que Georges Méliès, cuyo cine fantástico es una clara influencia de este film, sea uno de los personajes centrales, máxime cuando en la versión original fue el gran Jean Rochefort quien le puso voz. Respecto a las influencias, por cierto, el tono recuerda al de Jim Jarmush, la estética tiene puntos de conexión con el Tim Burton de Vincent (1982) o La novia cadáver (2005), y la original historia -un bebé al que colocan un reloj de cucó a modo de corazón porque el suyo se ha quedado congelado por el frío invierno- posee algo de la inventiva de Boris Vian en la novela La espuma de los días (1946).
El film, tristemente, no tuvo éxito ni siquiera en Francia, así que generó pérdidas a sus productoras. Es una pena porque cerró la puerta a un tipo de animación por ordenador que no trata de imitar a Pixar, Disney o Dreamworks Animation y que propone historias que tampoco se amoldan al estándar del cine familiar. De hecho, posiblemente no sea tan indicado para la infancia como lo es para un público cinéfilo adulto -en Prime Video está recomendado para 13 años en adelante-.
Nota: el argumento o, más precisamente, la idea de que un corazón congelado puede provocar la muerte del portador si conoce el calor del amor, recuerda al de la obra maestra de Ivan Ivanov-Vano y Aleksandra Snezhko-Blotskaya, La doncella de nieve (1952).