No sé si es la primera vez que lo lees o si ya has visto todas sus películas, cortos animados, leído los libros que hablan de él y los documentales donde narran su vida, pero Hayao Miyazaki, nacido en Tokio de 1941 ha sido y es el creador de historias donde la mujer representa algo más que un cuerpo bonito y unos ojos encantadores.
En todas y cada una de sus películas aparecen (sean protagonistas o no) niñas, jóvenes, mujeres y ancianas con un carisma y una naturalidad que rompe los esquemas que muchos de nosotros habíamos visto de nuestra infancia para arriba.
Princesas de cuento que deben de ser rescatadas por un valiente príncipe, pocas protagonistas de su propia historia. Al final una vasija vacía, pero oye, que bonita que queda en el salón.
Corto de animación que ve Porco Rosso, haciendo esta escena referencia a los personajes de Disney y Fleischer Studios.
Miyazaki, a pesar de haber nacido en un país machista de base, ha sabido mostrar, quizá sin intención alguna, que las mujeres son igual de capaces de ser las heroínas de una historia.
Hay muchísimas películas por las que podría empezar a mencionar nombres para mostraros todas «las grandes chicas de Miyazaki«, pero me voy a centrar en una que vi hace unos cuantos años, sólo una vez, y que refresqué hace pocos días.
Esa historia es la de Porco Rosso.
El protagonista que da título a la historia es un caza recompensas que fue piloto de aviación durante la Primera Guerra Mundial, convertido en cerdo por una auto maldición, dejando atrás su verdadero y humano nombre Marco Paggot.
Durante esta Gran Depresión de finales de los 20, Porco intenta vivir solitario y tranquilo en una isla escondida del Mar Adriático, alejado de sus conflictos internos con el pasado y en especial con Gina, propietaria y cantante del Hotel Adriano, famoso entre todos los aviadores de aeroplano del lugar.
Gina parece a primera vista «la vasija vacía y bonita» que todos hemos conocido alguna vez en las historias: una mujer alta, de figura esbelta, bella y delicada, adorada por todos pero sabiendo que no pueden poseerla. Anhela la llegada de su amado mientras no le quedan ya lágrimas por la muerte de sus tres maridos consecutivos, fallecidos en la hidroaviación.
A pesar de todo, Gina es la experiencia propia de una vida que ha sufrido pérdidas pero tiene que mirar hacia adelante, cuidando del único amigo que le queda (que no es capaz de confesar su amor), Porco Rosso.
Gina en esta historia tendrá los pies sobre el suelo, sabe que su futuro es el hotel Adriano, el punto de unión entre hidroaviadores y piratas (enemigos o no), siendo la que nos ponga las cosas claras diciendo «¡Marco! ¿Te has creído que soy un tablón de anuncios?! Que poca consideración, ¡vosotros los pilotos de hidroaviación creéis que las mujeres hemos nacido para estar a vuestro servicio!»
Además, Gina no se deja embaucar por cualquiera, sobre todo si le piden matrimonio (otra vez) y encima la primera vez que la ven, como hace Donald Curtis, otro hidroaviador que está obcecado con Porco, queriendo derrotarle para ser famoso y lograr ser actor en Hollywood. Es un arrogante que salta de flor en flor cuando sabe que la chica no está interesada, cosa que hace de forma muy llamativa en la película cuando ve a Fio, la joven mecánica que va a dar un giro de tuerca a la historia entre ambos rivales, que lucharán en una pelea a muerte (Curtis hace el intento) y golpe limpio, uno por la mano de la joven y guapa chica y el otro para que la suerte de Fio no caiga en manos de Curtis por haberle salvado de los piratas del cielo.
Esta parte me gusta mucho. Con Fio conocemos una gran familia italiana que trabaja en una fábrica de reparación milanesa, capitaneada por el abuelo Piccolo, un señor bajito, seguro, claro y experto en aviación, en cuya nieta, la joven Fio, confía y deja diseñar lo que queda del hidroavión de Porco tras un ataque infatigable contra el pequeño y arrogante Curtis.
Porco, al enterarse de que una chica de 17 años va a ser la encargada de tal trabajo, comienza a marcharse para que sea otro, a ser posible hombre y con más experiencia, el que se encargue de su hidroavión. Aquí es bonita la bofetada de realidad que nos dan abuelo y nieta porque nos cuentan que si ya Piccolo con 12 años desmontaba motores él solito, ¿por qué no podría hacerlo su nieta?
«-¿Te da miedo porque soy muy joven o porque soy una mujer?
-Por ambas cosas señorita
-Claro, es natural.
Veamos, ¿qué crees que hay que tener para ser un buen piloto? ¿Experiencia?
-No, hay que tener inspiración.
-Inspiración, suerte que no me has dicho que hacía falta tener experiencia.»
¿Y te acuerdas de la gran familia de Piccolo? Para completar la obra de Fio, el abuelo llama a todas las mujeres que componen su familia sin importar edad ni condición, puesto que la crisis hizo que todos los hombres tuvieran que irse fuera por falta de trabajo. Esta escena forma una imagen de trabajo en equipo bellísimo donde las mujeres vuelven a mostrar un papel de independencia, continuidad y positivismo que dicta «por qué esperar si podemos hacer cosas por nosotras mismas».
Vuelvo a recalcar que Miyazaki viene de un mundo donde estos perfiles no eran el pan de cada día y era muy raro ver a una mujer con ropas sencillas que no exagerasen sus rasgos físicos para llamar la atención, además de ser la víctima y poco más.
Sus películas van de algo más que centrarse en resaltar a la chica o al chico protagonista. Miyazaki no quiere llamar la atención de esa forma, simplemente y de forma natural si quiere hablarte de la ambición del ser humano por la conquista y sobreexplotación de un mundo perdido, te lo contará en El castillo en el cielo (Tenku no Shiro Rapyuta, 1986) a través de la experiencia de Pazu y Sheeta, un chico y una chica huérfanos que se harán amigos e intentarán que la codicia del hombre no destruya una cultura antigua que se corrompe al estar en malas manos.
Si quiere hablarte de amor, te lo dirá claramente desde los primeros momentos de película con Sophie y Howl en El castillo ambulante (Howl no Ugoku Shiro, 2004). Un destino que les une y les hace luchadores de una guerra física e interna por quererse a una misma y confiar en los demás sin querer tratar de ser mejor perdiendo la humanidad que te hace ser buena persona.
Y si quiere dar la visión de un niño ante el mundo con la inocencia que lo precede, te mostrará a Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo, 2008) de una forma colorida, alegre y activa.
Muchas son las mujeres que dan vida a las películas de Miyazaki, todas de muchos colores, alturas y personalidades, y todas ellas me han enseñado, aunque no te haya podido mencionar a todas, relatos y mensajes que merecen ser vistos y escuchados de una forma natural, directa y sin pretensiones.
Ya no tenemos solo la perspectiva de unas cuantas compañías de animación que nos enseñaban qué es lo que necesitamos alcanzar y cómo. No hay personajes estéticamente bellos para llamar la atención, hay los que tienen que existir para contar una buena historia.
Porco decía «Un cerdo que no vuela, sólo es un cerdo» y yo digo que «una chica que no es princesa, sólo es una chica» y la verdad es que eso está muy bien.