Milorad Krstic. Categoría: Película. |
Aunque Milorad Krstic no era un recién llegado al mundo de la animación -su corto My Baby Left Me (1995) fue premiado en el Festival de Berlín y en Annecy-, su debut en el largometraje sí fue una de las mayores sorpresas del 2018. Se sumó a una lista de cineastas cuyo primer largometraje animado es una obra maestra: si nos limitamos al siglo XXI, esa lista incluiría también a Sylvain Chomet con Bienvenidos a Belleville (2003), Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi con Persépolis (2007), Duke Johnson y Charlie Kaufman con Anomalisa (2015), Michael Dudok de Wit con La tortuga roja (2016) y, ese mismo año, Joaquín Cociña y Cristóbal León con La Casa Lobo.
Ruben Brandt, coleccionista es una maravilla en muchos aspectos, pero sobre todo por su estética, la brillante puesta en escena y la extraordinaria riqueza de sus referencias artísticas. Uno puede disfrutarla sin apenas conocimiento de la historia del arte, pues la parte lúdica de la trama es más que satisfactoria. De hecho, combina una estructura clásica de película de robos con espectaculares escenas de acción equiparables a las mayores superproducciones de Hollywood contemporáneas -la persecución inicial es particularmente deslumbrante-. Pero es que esa entretenida y sorprendente trama está sustentada por un singular recorrido a través de la historia del arte.
La premisa es el robo de trece cuadros para curar las obsesivas pesadillas de un psicoterapeuta, una lista que abarca, en orden cronológico, desde ‘El nacimiento de Venus’ (1486), de Sandro Botticelli, a ‘Doble Elvis’ (1964), de Andy Warhol. Muchas de las referencias son cultas, pero la mayoría son populares o están debidamente explicadas, así que hasta un neófito en la historia de la pintura podrá seguir el argumento sin dificultad. Además, la propuesta estética bebe de esas obras, sí, pero es atractiva per se sin necesidad de conocer las influencias. Lo sé porque yo mismo admiro la cinta pero haría falta alguien bastante más culto que yo para apreciarla debidamente.
Por otra parte, también propone multitud de guiños al cine -como unos peculiares hielos que más de un cinéfilo querrá tener- y al arte en general: por ejemplo, pasa un autobús y anuncia una representación de la obra de teatro Esperando a Godot. Esta es una de esas películas que premian al espectador atento y sucesivos visionados, pues abundan los detalles en segundo plano y los carteles.
Ese amor por el arte y, particularmente, por el cine, está reforzado por más de una meta-referencia o por una de las escenas clave para la resolución de la trama, en la que la animación tiene un rol protagonista. En ese sentido, posiblemente sea el film animado que de un modo más creativo y persistente homenaje al séptimo arte desde Paprika (2006), la obra maestra final de Satoshi Kon.
Por otra parte, además de por su estética, que es el apartado más brillante, Ruben Brandt, coleccionista es excelente por la soltura con la que Milorad Krstic combina o alterna géneros. Junto con sus pasajes de thriller, cine de crímenes y acción, recurre a los códigos del terror para los sueños del protagonista y se adentra en la dramática psicología de ese mismo personaje. Todo eso en el seno de un guion, coescrito junto a su mujer Radmila Roczkov, con numerosos toques de comedia, desde breves gags que uno se pierde si parpadea hasta escenas hilarantes. Pienso especialmente en dos de ellas: 1) el gángster que descubre que dedicarse al arte es más lucrativo que la “honesta vida” consagrada a las drogas y la prostitución; 2) esa ridiculización de ciertas performances de ‘arte contemporáneo’ en uno de los más ingeniosos robos jamás ideados.
Jordi Sánchez-Navarro la incluye en su lista de 50 películas esenciales de la historia de la animación de su excelente libro La imaginación tangible (2020), de la que escribe: “una sinfonía cuyas notas esenciales se producen mediante el expresivo dibujo Krstic, una de las propuestas gráficas más innovadoras y radicales del reciente cine de animación europeo. El estilo de Krstic merodea por los dominios del pop art, el art decó, el cubismo y el expresionismo abstracto sin quedarse por mucho tiempo en ninguno de ellos. El eclecticismo del recorrido por la historia del arte que representan los cuadros por encargo de Ruben Brandt se traslada al dibujo de la película, que se convierte así en una enciclopedia de estilos de dibujo y formas expresivas, sin dejar de ser una película divertida y emocionante (…) Verdadero hito del cine animado europeo”.
Dato curioso: al inicio del film vemos un barco que se llama Gemeaux. ¿Será por Les Gémeaux, el estudio de animación en el que se empezó a gestar Le roi et l’oiseau (1980), la obra maestra de Paul Grimault? Yo diría que sí.